Estimado Sr. Pérez Reverte:
Siendo evidente que este pueblo es un rincón especial para usted, pienso que debería venir a visitarlo. Ahora, con el invierno aguardando impacientemente y antes de que la nieve oculte las heridas, se respira ya un olor a madera noble insuperable.
Si viniese, podría usted escuchar a las piedras, acariciarlas, preguntarles por nuestra historia, tumbarse en una losa de más de cinco metros a los pies de la iglesia…
Eso sí, conviene que esté usted acostumbrado al sonido de los disparos y al color de la sangre fría: estamos en tiempo de paloma y, aquí, a las palomas las matamos y nos las comemos. Sinceramente, no creo que nada de todo lo anterior suponga impedimento alguno para usted: según he leído, está usted curtido en guerras de esas de verdad y convive con la miseria y ceniza de un sinfín de trincheras de medio mundo.
Además, si decidiese, por fin, venir, confío en que pudiese sentir los latidos de estos montes y la alegría de sus arroyos. Y ya, de paso, vería usted que en Leitza hay muchos, muchos más de diez hombres y mujeres, que tienen cojones y ovarios, avanzando desnudos por la nieve.
Incluso, si usted y yo nos encontrásemos, le podría impartir, gratuitamente, una breve clase de matemática elemental.
Para su archivo.