Tras la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, ha sido triste ver cómo un buen montón de cristianos se han sentido ofendidos ¡por la puesta en escena de una celebración pagana! Y el último en sumarse a esta ofensa ha sido ni más ni menos que el señor arzobispo de Pamplona (y obispo de Tudela). Es fascinante ver cómo esta gente se ofende por casi todo lo que les afecta (aunque sea de refilón o, como en este caso, ni siquiera tangencialmente), ignorando todas las barbaridades que ellos cometen casi a diario y que el resto de gente aconfesional les consiente de manera constante. Pero en este caso, como digo, llegamos ya al colmo, cuando la pretendida ofensa ni siquiera ha existido, es decir, lo que los ofendidos cristianos han visto nada tiene que ver con lo que realmente ha sucedido. En resumen, señor arzobispo de Pamplona (y obispo de Tudela), lo que vimos en la citada inauguración olímpica fue un pequeño número artístico inspirado en un cuadro que reflejaba una celebración pagana, con los dioses del Olimpo como protagonistas, por cierto, tan dioses como el suyo, uno más de los cientos de miles que hay en la Tierra, cada uno de ellos con la pretensión de ser auténticos, reales y estupendos (si bien no todos pretenden ser el único). Por terminar, le recomendaré al señor Florencio Roselló que, antes de saltar indignado por algún suceso, procure enterarse mejor de lo que ha pasado, porque se expone a este ridículo más bien patético. Y lo de que la Última cena representa los valores olímpicos, eso ya lo dejamos para otro día.