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UCI B: sexualidad

UCI B: sexualidad

No apta para machistas, eclesiásticos, mujeriegos, esposos, natalistas, disfrazados feministas y demás masculinidades tóxicas. Excluídos falocéntricos, pornófilos, genitalistas obtusos, reprimidos puritanos, analfabetos emocionales, machirulos del juvenilismo, fugitivos de la muerte y féminas domesticadas.

Una intensa sexualidad luminosa y transformadora me acompañó en la UCI B. Mi cuerpo: mi absoluto. Amortiguación de la lujuria, que no del deseo. El deseo se agrandó y accedí a un nuevo estado de conciencia, a una perspectiva holística de la sexualidad, una ruptura del nivel psicológico para adentrarme en los abismos ignotos de una nueva percepción sensitiva. Metafísica del ser. Un no sentir sentido. En la ausencia de sensorialidad emergió ardiente y apasionada una sensualidad crucificada.

Mi cuerpo horadado, alanceado mi costado, penetrada por objetos de artificio, desgarrada desnudez, inerme, el arbitrio de miradas ajenas –¿lascivas quizás?– aniquilada libertad, óbito del intelecto, nula aserción, orgánicamente fundida en los ojos que llevo en las entrañas dibujados. Feraz mi cuerpo en líquidos, purulentos unos, excesivos otros, amables todos.

Ni viscosidad seminal ni flujo vaginal: asexuada sexualidad. Lubricación interior, sin embargo. Descarnada vulva, incipientes hematomas, ecografías íntimas, silentes, caricias del alma, preliminares del amor más grande. Sentirme amada corporalmente, deseada en la postración. Cuerpo del Crucificado hecho carne de mujer, la más bella de las mujeres, antítesis de la masculinidad idolátrica del objeto y la apariencia.

Reconciliación corporal, amar el cuerpo lacerado de todas las mujeres de la tierra, una con ellas. Amo mi cuerpo más que antes. El miedo a la muerte se ha esfumado. Apetezco el amor. A mis médicos de la UCI B: “Estás oscura en tu concavidad y en tu secreta sombra contenida, inscrita en ti. Acaricié tu sangre. Me entraste al fondo de tu noche ebrio de claridad. Mandorla”. (J.A. Valente).