Según la OCDE, a través de su informe PISA, el factor que más influye en el rendimiento académico es el nivel socioeconómico y cultural de las familias del alumnado. No obstante, del mismo informe se deriva que los adolescentes que con asiduidad leen libros de un tamaño superior a las 100 páginas pueden llegar a adquirir una ventaja en comprensión lectora equivalente a un año académico con respecto a aquellos que no leen. Esta evidencia, como ya se venía sospechando, coloca al hábito lector en una posición de privilegio en relación a su incidencia en el desarrollo del aprendizaje de los jóvenes.
La destreza lectora posee una alta influencia en la adquisición de habilidades y estrategias personales que conducen al surgimiento de pensamiento crítico en el individuo, siempre tan relevante y especialmente en estos tiempos conquistados por la tecnología y el vasto acceso a la información. Hoy, más que en cualquier época de la historia, es preciso contrastar lo que se recibe y tener muy en cuenta la fuente de donde emana el mensaje. Como la realidad suele ser muy tozuda, se empeña en incidir en que aquellos jóvenes que habitualmente leen son más competentes en la detección de información fiable, así como en la distinción de hechos y opiniones. El sistema educativo es clave en la adquisición y mejora de la habilidad lectora, sin embargo, sin el compromiso de las familias el reto se antoja de difícil consecución. Al mismo tiempo que estas reflexiones salen a la palestra, la Policía Foral nos alerta del significativo déficit detectado en el control familiar sobre el manejo de redes sociales por parte de los incipientes adolescentes de la comunidad foral. El inadecuado contacto y uso de las herramientas digitales puede suponer, además de un lastre para el desarrollo de la competencia lectora, un serio riesgo para el desarrollo psicosocial de los menores, a la vez que la comisión de actos con repercusión legal.