Soy tan viejo que más de una vez llamo paseo Valencia al paseo Sarasate, pero a pesar de los años nunca he podido saber a quién se le ocurrió en su día la pretenciosa idea de adornar la plaza del Castillo con Unidad triple liviana. No sé contar la de veces que he pasado junto a esa escultura sin verla. Es de las invisibles, no porque no se vea sino porque no se mira. Un día pasé por allí y ya no estaba. La habían trasladado 80 metros hacia Carlos III. Unidad triple liviana es una columna de tres hiperboloides. Un hiperboloide es una superficie de revolución formada por una curva girando en torno a uno de sus ejes. Lo que queda de una manzana comida a bocados lo haría una curva con forma de dentadura. El hiperboloide no es un volumen sino una superficie. No es lo que queda de la manzana ni tampoco lo que se ha comido de ella, sino la fina superficie que separaría ambos volúmenes, uno lleno, el que vemos, y el otro el vacío que imaginamos. De los dos, el vacío es el que más le interesó a Oteiza. No es una obra para adornar y me imagino que al pedante que mandó colocar esa escultura de laboratorio, esa herramienta experimental, no se le ocurrió decorar su sala de estar con una llave inglesa colgada en la pared.
Vitoria homenajeó a Oteiza con una enorme Caja vacía que parece flotar a centímetros del suelo a pesar de sus toneladas de acero. Bilbao hizo una gigantesca versión de La desocupación de la esfera y la colocó en la otra punta de la ciudad, lejos de San Mamés para que la gente no la equivocase con un enorme balón. Donosti reprodujo a escala desaforada la obra con la que el artista de Orio ganó un premio en Brasil y se quedó pequeño el espacio entre el mar y la parte vieja. Ya se sabe que la exageración es un fácil recurso estético. En Pamplona van a utilizar otro asombro más sutil. Quieren trasladar otras dos esculturas invisibles cuando remodelen Sarasate para que los que no las miran donde están ahora, tampoco lo hagan después. No hay nada más exagerado que la ubicuidad edulcorada: querer estar en todos los sitios y no hacerlo en ninguno.
Con la excusa de recordarnos que el vacío puede ser sagrado, como sugirió Oteiza, quieren que creamos que esas dos aburridas obras ambulantes son invisibles como el vacío, ya que lo que aburre no se suele mirar. Siempre rebasando el presupuesto, también las autopistas nos irritan con carísimas chatarras. Y a la gente le parece bien que pongan cualquier cosa porque siempre ponen cualquier cosa.