Aunque las administraciones de lotería ya le abrieron sus puertas en los albores del verano, el solsticio de invierno oficializa su presencia, siendo el momento en el que la Navidad impregna por completo el tejido social y nos lanza hacia un maratón de celebraciones, comilonas y diversos eventos que finalizará cuando los Reyes Magos emprendan el regreso a Oriente.

Durante este tiempo pocos serán los que tengan presente la importancia de mantener un consumo racional en aras de preservar la deteriorada salud del planeta que nos alberga. Tampoco nos causará demasiada preocupación el despilfarro energético que de esta metamorfosis social se deriva, a pesar de los inquietantes datos que la ciencia difunde. Incluso habrá quien, aborreciendo y despreciando a los más vulnerables y pobres de nuestro tiempo, centre su vivencia festiva en la venida de aquel que hace dos milenios trajo consigo un mensaje basado en el amor al prójimo, y en especial al más humilde y necesitado.

Contradicciones que conviven con los momentos propios de estas fechas, de reencuentro con los nuestros y de nostalgia al recordar a los que ya no podemos abrazar. Con más luces que sombras y vivida de múltiples maneras distintas, es indiscutible que la Navidad es un acontecimiento profundamente arraigado en nuestra cultura y en otras, que marca nuestro calendario y repercute en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad, desde el religioso hasta el económico, pasando por el laboral, el ocio... En fin, todo un fenómeno.