Ahora que San Silvestre nos ha invitado a correr con alegría y jolgorio para despedir el año y recibir al nuevo lote de meses que nos aguarda, es momento de revisar y hacer balance de lo acaecido en los últimos 365 días. Por esta razón, tanto periódicos como informativos de TV, así como otros medios, colman sus espacios de cifras con el objetivo de describir la realidad que nos envuelve. En este mar de guarismos y datos cuantitativos revestidos de objetividad, dos han sido los que, pese a no recibirlos con sorpresa, han impactado en mi ánimo, trasladándome a un estado de inquietud y pesadumbre. Por un lado, los 18.000 menores asesinados por Israel en Gaza en el falaz intento de terminar con Hamás; por otro, los 10.000 migrantes que según la ONG Caminando Fronteras han fallecido cuando se dirigían a las costas españolas impulsados por el deseo de encontrar un mundo mejor. Cada día de este año ya finiquitado, treinta han sido de media las personas que han dejado sus vidas y esperanzas en las profundidades marinas de nuestro país. 

Resulta como mínimo paradójico que esto suceda en un mundo cuyos avances en tecnología y comunicación no parecen conocer límite. Sin embargo, todo indica que el desarrollo moral humano no avanza en la misma dirección;  haciéndolo a trompicones, sin brújula y bajo la temible amenaza de planteamientos políticos de cariz contrario a la defensa de la dignidad y libertad humanas. Al parecer, iniciamos el año con un notable incremento de poder e influencia en el escenario mundial de este tipo de políticas, personificadas en Trump y Musk. Es muy probable también que la tendencia no se frene ahí y sigamos siendo testigos de un mayor afloramiento de corrientes cargadas de odio al pobre y al diferente, que no al rico. Mi deseo para este año es que la cordura y la sensatez no tarden en abrirse camino y redirijan el rumbo de este panorama tan poco alentador. Que tengamos un buen año.