Ya os lo he contado más de una vez, de palabra y por escrito. En mis tiempos mozos, enseñé a un ciego la ciudad y alrededores de Londres (London), amigo que vendía lotería en la esquina de San Nicolás y además de amigo era de la Txantrea (Txan para nosotros). Se llamaba Javier y me enseñó muchas cosas. Pensar que los disminuidos son inútiles que hay que ayudar (ciegos, sordos, mudos, mancos, cojos…) es un error como una catedral de grande, porque en muchas cosas nos dan cien vueltas; desarrollan unos poderes que los que dicen que somos normales, no los tenemos ni en pintura: olor, sabor, telepatía, sensibilidad, imaginación, cariño, bondad, generosidad y todo lo que termine en dad y sentido del humor. También tienen sus malos ratos, como todo el mundo. Como íbamos diciendo, nos vemos, dice un ciego.