Justicia asimétrica
En España, la balanza de la justicia no está equilibrada. Hay notorias evidencias de un trato desigual cuando el acusado es una figura de izquierdas frente a una de derechas.
Cincuenta años después de la muerte del dictador Franco, la justicia española arrastra inercias que la vinculan con una estructura de poder profundamente conservadora. Esta doble vara de medir se hace especialmente visible cuando se observan los casos judiciales en los que están implicados políticos progresistas, activistas o representantes sociales.
Los casos en los que políticos de derecha se ven involucrados en presuntos delitos de corrupción, prevaricación o enriquecimiento ilícito suelen archivarse con llamativa rapidez, si es que llegan siquiera a abrirse. Y, cuando se abren, a menudo el proceso se dilata años, se vuelve confuso, prescribe o se resuelve de manera favorable al acusado.
En contraste, cuando la justicia se dirige hacia miembros de la izquierda política, el escenario cambia radicalmente. Los procedimientos se abren con facilidad, aunque no haya base sólida; se alargan durante años con investigaciones prospectivas; y aunque se archiven, se reabren una y otra vez, generando un desgaste personal, político y mediático que es irreversible. Se torna un arma política de destrucción.
Organizaciones como Manos Limpias junto a grupos como Abogados Cristianos, son expertos en utilizar los mecanismos judiciales para perseguir a voces disidentes, especialmente del ámbito progresista, feminista o independentista. A menudo, sus denuncias acaban archivadas, pero no sin antes haber generado titulares, escándalos, presión mediática y desgaste.
Estas entidades aprovechan las debilidades del sistema judicial y la falta de reformas profundas desde la Transición para mantener vivo un aparato judicial en el que muchos jueces, fiscales y magistrados siguen respondiendo a una lógica heredada del franquismo. El lawfare –uso de la justicia como herramienta de guerra política– no es solo una realidad importada de América Latina cuando la izquierda lograba el poder; en España tiene nombres, víctimas y consecuencias.
Es innegable que durante la transición democrática no hubo una depuración del aparato judicial franquista. Muchos jueces educados y promovidos bajo el régimen continuaron en sus cargos, y el espíritu reaccionario se perpetuó en las estructuras del Estado. Esa falta de ruptura ha permitido que aún hoy, en plena democracia, se criminalice con facilidad al adversario político cuando es de izquierdas, mientras se protege a quienes representan o defienden los valores del viejo orden.
Es urgente una reforma profunda del sistema judicial español: despolitización incontestable del Consejo General del Poder Judicial, mecanismos de control ciudadano, transparencia en los nombramientos, becas para acceder a la judicatura que la democratice, y una revisión del papel de los jueces en causas con carga ideológica.
La democracia no se defiende solo en las urnas: también se protege en los tribunales. Porque si la justicia no es igual para todos, entonces no es justicia. Y mientras siga siendo un instrumento al servicio de una parte, seguirá alimentando la desigualdad y el desencanto.