Trump, ¿extorsión o negociación?
El hombre que prometió acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas, si volvía a la presidencia, ya lleva más de 200 días en el cargo (precisamente 209 días y unas 18 horas desde que Trump volvió a la Casa Blanca el 20 de enero de 2025) y nada. Nada ha cambiado, salvo para peor. Después de humillar al presidente de un país en guerra y de una escenificación de reunión de amigos en Alaska, la realidad es clara. No hay acuerdo de paz (ni voluntad de ninguna de las partes para que lo haya), no hubo solución, solo un refuerzo de su relación personal con Putin. Dos líderes que se utilizan mutuamente para mantenerse en un pedestal artificial, mientras Europa permanece paralizada, incapaz de afirmar su propio camino.
Aceptar esta forma de negociación es vergonzoso. La Unión Europea, con toda su fuerza potencial, se comporta como rehén de un presidente que confunde liderazgo con chantaje. Las bases del comercio internacional, construidas a lo largo de siglos, están siendo corroídas ante nuestros ojos, y Europa se limita a asistir y aceptar los términos inaceptables presentados por Trump. Sin coraje, sin estrategia, sin visión. La política se reduce a la comodidad. Es más fácil decir sí al papá americano que asumir la responsabilidad de defender nuestros propios intereses. Una elección cobarde, que debilita el presente y compromete seriamente el futuro. Este será el legado que dejaremos a nuestros descendientes, a quienes afirmamos amar tanto.
Trump no es negociador, es oportunista. En Oriente Medio, en el caso de Israel y Gaza, su retórica no trajo paz, sino más divisiones, más muertes y promesas vanas. Vive del conflicto y del miedo, porque son ellos los que alimentan su poder, al vender cada vez más material de guerra. Europa, al igual que el mundo, necesita líderes que sepan construir soluciones win-win, no hombres que confunden diplomacia con extorsión y actúan exclusivamente en beneficio propio. Cada día que pasa, la falta de coraje e iniciativa de los demás líderes transforma a la humanidad en una moneda de cambio, un precio demasiado alto que todos acabaremos pagando. No implementar, y sobre todo no vivir, los conceptos de sostenibilidad y bien común es poner en riesgo todo el orden mundial construido a costa de tanta sangre derramada. ¿Queremos, y estamos preparados, para volver a ese tiempo?