Depresión, soledad y suicidio: cambiar la narrativa para salvar vidas
Cada 10 de septiembre, el mundo conmemora el Día Internacional de la Prevención del Suicidio. En este día, más allá de cifras y campañas, se nos invita a detenernos, a mirar de frente una realidad que suele incomodar. Este año, el lema elegido Cambiar la narrativa sobre el suicidio, no es solo una consigna, es una interpelación profunda, para que nos planteemos cómo hablamos del suicidio, qué buscamos escuchar y qué entendemos cuando oímos hablar de ello.
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Cambiar la narrativa conlleva en primer lugar dejar de tener miedo a hablar del suicidio. Significa entender que el silencio no protege, que el tabú no previene y al contrario: perpetúa el estigma, impide la prevención, bloquea la ayuda.
Cambiar la narrativa implica saber qué es lo que queremos comunicar y cómo hacerlo. Para ello hay que saber muy bien cómo contextualizar. Implica utilizar modelos objetivos de comunicación, lejos del dramatismo, que nos permitan describir el suicidio no como un acto individual de una decisión de una persona concreta, sino como el resultado de múltiples factores sociales, sanitarios, emocionales y estructurales, como un acto complejo vinculado a la soledad, a la invisibilidad, a la falta de sentido y también a la depresión y a la enfermedad mental. Implica utilizar un lenguaje que evite juzgar y busque comprender, reconociendo la historia, la vida, la persona o la enfermedad que hay detrás de cada acto.
Cambiar la narrativa implica reconocer que la soledad no es un estado neutro, es una herida estructural que afecta a millones de personas y que cuando es no deseada, se convierte en abandono.
Cambiar la narrativa significa saber poner los acentos en los colectivos de más riesgo y entre ellos en nuestros mayores, quienes protagonizan un 30% de los actos suicidas en nuestro país. Ellos suelen ser más silenciosos, más planificados, menos impulsivos, y muchas veces consecuencia de años de sufrimiento emocional no atendido y no narrado.
Cambiar la narrativa exige reconocer la depresión y saber nombrar ese sufrimiento, validarlo y tratarlo. Dejar de asociar los comentarios de “ya no tengo nada que hacer” o “mejor no molestar” con una “tristeza normal” y pensar en la posible enfermedad.
Cambiar la narrativa significa entender los silencios, los espacios en blanco. El suicidio no siempre se anuncia, y a veces se manifiesta de forma silenciosa, dejando de comer, rechazando la medicación, aislándose… A veces son gestos que no hablan, que no se verbalizan pero que tienen que escucharse y saber ser narrados.
Cambiar la narrativa exige revisar nuestras prácticas profesionales. Los médicos, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, sanitarios… todos debemos estar preparados para detectar el sufrimiento emocional, sabiendo mirar más allá, preguntar más allá, acompañar más allá.
Cambiar la narrativa implica actuar, no solo reflexionar: promocionar medidas de prevención y bienestar, saber cómo saber detectar tempranamente la depresión, evitar el aislamiento, promover redes vecinales de acompañamiento, crear dispositivos de día con enfoque emocional, ensalzar campañas contra el edadismo o contra la soledad, o líneas telefónicas de apoyo o la prescripción social desde atención primaria, entre otras.
Cambiar la narrativa sobre el suicidio sobre todo es cambiar la forma en que lo representamos culturalmente. Los medios de comunicación, la literatura, el cine, las redes sociales, tienen una enorme responsabilidad. Necesitamos narrativas que no glorifiquen el suicidio, sino que lo expliquen desde la complejidad, que lo vinculen al dolor, a la falta de apoyo, a la necesidad de escucha. Necesitamos libros que hablen de la esperanza, películas que muestren el valor de pedir ayuda, medios que informen con rigor y sensibilidad. Porque cada palabra cuenta. Cada imagen construye sentido. Y cada historia puede abrir o cerrar puertas.
*El autor es director médico de Fundación Hospitalarias en Navarra