Las redes sociales han convertido la política en un espectáculo de titulares, memes y frases cortas. Lo importante ya no es lo que se dice, sino cuántas veces se comparte. La viralidad ha pasado a ser el nuevo criterio de verdad.
El algoritmo premia la reacción y castiga el matiz. Cuanto más extremo o emocional sea el mensaje, más lejos llega. Así, los discursos más simplistas y polarizados encuentran terreno fértil entre los jóvenes, que ven en las redes un espacio de participación política cuando en realidad muchas veces es solo un escenario de confrontación. El problema no es solo lo que se publica, sino lo que se deja de contrastar.
Las opiniones se repiten hasta parecer hechos, y lo que se viraliza acaba pareciendo legítimo. En ese ruido constante, desaparecen la reflexión y el contexto, sustituidos por la inmediatez y el aplauso rápido del “me gusta”. Y en ese bucle, la política deja de construirse con argumentos para construirse con tendencias. Al final, no es la política la que marca tendencia, sino la tendencia la que dicta la política.
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