Sobre la calzada gris y las frías aceras docenas de folletos y pegatinas de colores. Algunos yacen pisoteados y medio rotos. Otros van de aquí para allá sin ton ni son. El aire zarandea los trozos de plástico que hasta ayer eran pancartas. En cristales y fachadas las pintadas gritan silenciosamente a nuestro paso: ¡Huelga! ¡Ladrones! ¡Asesinos! En los periódicos, salsa de números, como si fuesen los resultados de los partidos en la sección de deportes: según el Gobierno solo el 9% de los trabajadores de la Administración bla, bla, bla… según los sindicatos convocantes más del 80% de los trabajadores del metal bla, bla, bla…

A estas alturas puede que algunos de vosotros ya estéis pensando "¡vaya churro de columna!", pero ¿qué queréis? Esto está escrito ayer, 14 de noviembre, día de huelga general no generalizada. Motivos para protestar los hay, sin duda, pero ¿contra qué? o ¿contra quién?, en teoría, si los principales convocantes de la jornada están apoyando algunas de las medidas que nos están llevando a este sinvivir. La convocatoria de ayer nació coja. Faltaban siglas y precisamente algunas de las que menos se casan con el poder. Faltaban, básicamente, ganas de ir todos a una. Así que sí, pero no, no pero sí, y así anduvimos ayer muchos y muchas. Yo concretamente me adherí a la huelga trabajando a medio gas y, como mis compañeros, entregué mi sueldo de la jornada al Colectivo de personas en paro de Iruñea y Comarca.

Es la tercera huelga en lo que va de año. Y esto no tiene pinta de mejorar. Lo único que está claro es que ante el chaparrón la mejor manera de seguir es la solidaridad con todos los que están perdiendo su empleo, su casa, con los que ven que se les está haciendo pedazos el futuro. Políticos, sindicatos y demás colectivos que tengáis poder y/o dinero: por favor poneos de acuerdo, que esto va en serio y no podemos ir sin ton ni son como los panfletos por las aceras.