Dianas floreadas
esas con las que nos despertamos a diario. Aunque lo cierto es que también nos acostamos con ellas y las oímos a media mañana o a media tarde: "¡Quinto levanta, tira de la manta, quinto levanta, tira del colchón!". Manta y colchón. La primera es espesa, espesa y cubre el colchón, qué digo el colchón, los colchones. España es una colchonería, una cochinería también.
Pero de quintos nada, Bárcenas y barcinos... ¡Bárcenas, tira, joño, tira de una vez de la manta! Tira de todas las mantas pardas que os habéis puesto encima y permite que, por una vez, y para que sirva de precedente, las sacrosantas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, en lugar de apalearnos y abrirnos la cabeza, te abran a ti el colchón, los colchones, el picolinazo que tú y los tuyos habéis montado a la sombra del Partido Popular desde antes de que se fundara o inventara, porque suena a que lo inventasteis para colchonear a gusto. Manta y colchón. ¡Tira! Pero de los dos, y tira de los tuyos y tira del colchón y de la mata de los que han engordado con tus sobresueldos, tus mejunjes, manejos, y con vuestras sociedades montadas para devorar servicios públicos y convertirlos en negocios privados. Tira desde el despacho y el coche oficial que hasta ayer mantenías en la sede del PP, esa frente a la que no dejaron concentrarse el otro día a la ciudadanía para decir que ese es un partido de chorizos y de mentirosos.
Pero Bárcenas no oye, no me oye, y no tira, no va a tirar de la manta. Él a lo suyo, a los colchones. Palabras éstas en balde, por tanto. Bárcenas y los suyos solo se oyen entre ellos. Y niegan como monos hindúes: ni ven ni han visto, ni oído, ni dicho. Nada. Monos. Quietos. Encaramados en una rama dorada, camuflada con sus excrementos.
Colchón de Bárcenas y colchón de Barcina, experta en hacer de lo público privado, como todos, porque claro que es privado el negocio que se trae con los inmuebles de la arruinada Can, pero es que antes eran públicos o semipúblicos, y sobre todo que de no ser vos quien sois, no habría podido adquirir esos bienes ni haber acumulado dietas y sobresueldos por imperativo legal. Eso es lo malo, que han convertido el enriquecimiento en imperativo legal. ¿Quiénes más están en ese colosal negocio reservado a unos pocos? ¿Cuál es el monto de los patrimonios opacos de gentes de la cosa pública? Ahora entiendo el lugar común hecho repuesta comodín de entrevista: "Pues me alegro de que me haga esa pregunta, yo me dedico a la política por amor del bien público..." Eso, eso, nunca estuvo tan claro en qué consiste el bien, los bienes públicos y los arrebatados amores que concitan.
Colchones suizos de los que hay que tirar, de los que una fiscalía no cómplice con el poder político y con el sistema, sostén de este, ya hace años que hubiese tirado. No hace falta un plan de lavado de cara de las instituciones, que decía la Sáenz de Santamaría, y no solo porque ya es tarde, no, con el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal bastaba, basta, todavía basta, pero no, esto es pedir peras al olmo.
Y los interesados ahí siguen, mentira va, mentira viene, subvirtiendo cualquier orden ético. Si ellos no tienen que responder de sus palabras, nadie está obligado a hacerlo, si ellos se enriquecen de manera indecorosa, todos podemos hacerlo, porque esa es la regla del juego de la nueva ética pública y privada.
Pero no, ahí siguen moviendo los colchones en los que como urracas han ido metiendo el monto del botín. Colchones informáticos, colchones de paja, colchones en zulos marbellís, colchones de paraísos lejanos, no paraísos fiscales, no, paraísos a secas, y poco importa que sea lejano, porque cualquier lugar es un paraíso en comparación con este pozo negro que han convertido en Patio de Monipodio, donde la ley del mercado es el saqueo.
Los millones atrapados a Bárcenas en sus colchones no están solos, están bien acompañados. ¿De dónde han salido? No se sabe. No se va a saber porque no hay intención política y judicial de llegar al fondo de este pozo de mierda. Pero el caso Gürtel, el que le costó la carrera judicial al juez Garzón, amenaza desde el principio la integridad de esa cueva de patrañas que es el PP: es imposible contar todas y cada una de las mentiras soltadas con desparpajo por Rajoy y sus dirigentes referidas a ellos mismos, a los cargos y capitostes del partido -acuérdense de los trajes de Camps o de Matas como ejemplo a seguir en política y en la vida... ¡Oh!, la vida-, a sus dineros, a los programas electorales, a las denuncias en falso, a las burlas continuadas...
Un país con un sistema judicial que funcione no hubiese permitido que se indultara a un reo condenado a trece años de cárcel por ir en dirección contraria y provocar la muerte de otro conductor; es decir, un homicida defendido por el bufete donde figura el hijo del ministro de Justicia. Es decir, no un cualquiera, sino alguien que se puede pagar ese bufete. Y no sigo porque sigue cualquiera. Ese indulto y todos los demás son un insulto y una indecencia, pero una más a añadir a las que a diario, más que a diario, nos florean esa diana que nos tiene tan despiertos como en el fondo adormilados en la rutina de escucharla. Porque eso es lo raro, el país está en franca quiebra política, no hay día que no se conozcan hecho indecorosos o delictivos que en cualquier otro sitio hubiesen costado la caída de un gobierno, por lo menos, pero no aquí, aquí la vida sigue igual... No, por favor, que no venga Julio Iglesias encima, meloso, a decir que hay por qué luchar, no porque la vida sigue igual, sino porque va a peor. Hay que tumbar este gobierno. No queda otra. Su forma de gobernar es una legitimación de la violencia institucional. Se impone un proceso constitucional y una firme ruptura política con el actual sistema.
Se indulta a un homicida y se mete en la cárcel a una mujer que usó menos de 200 euros de una tarjeta encontrada en la calle para comprar comida y artículos de primera necesidad. Mientras los Bárcenas y los barcinos se forran, hay familias en la calle, al raso, asaltando construcciones tan abandonadas como saqueadas por los chatarreros (menuda estampa), mientras la Sáenz de Santamaría redobla la burla con un bochornoso numerito de congoja simulada: "Nos puede pasar a todos". Mentira, carajo, mentira, a ellos no.