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Desayuno con chorizos

de manera casi ritual, el chorizo te lo quitan, para lo del colesterol y las dietas sanas o porque sí, pero aquí nos lo ponen hasta en vena, y a la fuerza, como si estuviéramos sentados en una silla de locos, y atados a ella.

No hay región que no tenga no ya uno, sino varios chorizos, y formas diversas de elaboración. Los hay dulces y picantes; llevan esto o lo otro; se comen así o asao; se presentan a la venta con envoltorios legendarios, como el rojo y blanco que tanto le gusta a la Barcina en la escena festiva... Sea como fuere, aquí nos desayunamos todos los días con una copiosa y variada ración de chorizos, como los que ponen en los bufets de desayuno con música adormecedora e inidentificable, y zumos venenosos, y que algunos arramblan para el resto del día...

Aquí, nos guste o deje de gustar, tenemos chorizo para desayunar y para el amaiketako, y para el almuerzo y la merienda y la cena y el apretón o la gana nocturna que les sobreviene a algunos cuando no pueden coger el sueño y echan mano de la choringa, y entonces la noche en vela va a peor, porque los sueños del chorizo y sus ardores producen monstruos, y al día siguiente la esposa o el compañero o lo que sea, pero para el anuncio, suelta la frase ritual: "¡Vaya nochecita!". Sí, eso, vaya nochecitas llevamos; qué digo nochecitas, años.

Dicho lo cual, resulta asombroso que un país que pertenece a la geografía de Europa o en sus mapas figura al menos, tenga una vida pública, de la que dependen millones de privadas, pendiente de uno o de varios chorizos. A cada cual el suyo o los suyos. Madrid se desayuna con unos y Navarra con otros, que son y no los mismos, pero que en lo fundamental llevan el pimentón de la ventaja inmediata y abusiva, y los tropiezos o el picadillo de la voluntad de fraude impune. Chorizos para todos y para todos los disgustos, más que los gustos, aunque se ve que hay gente a la que le gusta que le roben y le abusen y le humillen. Lo de Valencia es ya la reoca.

Los chorizos peroran en los parlamentos y quienes debieran ser más firmes en sus convicciones, les dan la mano como si esto fuera un partido de tenis; mienten con descaro y asisten a comparecencias con renegrida cara de morder; se buscan abogados criminalistas y luego saltan diciendo que a mí plin, a mi que me olviden -¿para qué el abogado entonces?-; cometen fraudes delante de jueces y fiscales, como el Bárcenas que fuerza la letra de su prueba caligráfica para ver de engañar al juez instructor y al fiscal; pero sobre todo mienten, como lo ha hecho ese muñeco, porque como tal ha salido en los teleñecos franceses, como un muñeco y un mendigo que con desparpajo ha engañado a sus sometidos y a parte de sus secuaces, hablando y dando datos falsos sobre el control presupuestario, la recuperación de la confianza internacional -que mientras él chulea y es aplaudido por ello, denuncia sus falsedades-, el éxito de una reforma laboral que ya pone a seis millones de parados en la calle, a punto de alcanzar el 27% de paro o el apoyo y lanzamiento estelar de pymes y autónomos (recomiendo leer a Vicente Clavero en http://blogs.publico.es/aqui-no-se-fia/2013/02/22/senor-rajoy-no-nos-cuente-trolas/).

Mienten o amenazan con impunidad política y judicial, como han hecho los banqueros con el asunto de los desahucios y de una urgente y necesaria modificación de su regulación legal ¿De qué sistema habla esta gente? Del que les conviene. Los antisistema son ellos. Los asociales son ellos.

No rodeamos los parlamentos, somos nosotros los que estamos rodeados, por parlamentarios bribones que exclaman: "¡Que se jodan!" cuando de parados se habla; por policías que te pueden romper el bazo de una patada; por malhechores que ofician de banqueros; por financieros que no crean empresas ni puesto de trabajo alguno, sino "sociedades", ay mi madre, "sociedades", que mueven más dinero del que miles de trabajadores y de parados podrían llegar a ganar en toda su vida; por magistrados que apoyan de manera incondicional a los anteriores y por votantes que aplauden a ojos ciegos todo lo anterior.

Así las cosas, un maleante de las finanzas, el Bárcenas, tiene secuestrado a un país, literalmente secuestrado. Un solo individuo repeinado, que se pasea a su antojo por el mundo, tiene de manera notoria amedrentado al gobierno de un país, engañando a la opinión pública y la magistratura que se escuda en el procedimiento para no someterlo a medidas carcelarias. Y no pasa nada, nada; que esa es otra, o la de siempre, que aquí no pasa nada. Pasa que han tenido que ser unos particulares los que se han visto obligados a querellarse ante la pasividad de la fiscalía. El Bárcenas tiene que estar orgulloso. Ni Fantomas.

Y los interesados del PP no tiemblan, no se avergüenzan de una situación que en cualquier otro país europeo habría dado con ellos en la calle y ante los tribunales. No, hacen como que el asunto no va con ellos, incapaces de ver no ya el alcance de la corrupción y sus efectos, sino la profundidad y espesura de la ciénaga política, económica, social en la que los manejos corruptos que el Bárcenas protagoniza nos tememos que solo sean la punta del iceberg.

El chorizo, que nos tiene secuestrados con evidencia insultante, pasará a la historia de España por lo que está haciendo, más que por lo que ha hecho, por tener en jaque a un país entero que se debate impotente ante su desvergüenza y por representar una manera asocial de hacer política. Y pasará a la historia después de haberse hecho de oro a costa de esta historia, de esta triste historia condenada a acabar mal porque el menú del desayuno no cambia, y el de las demás comidas tampoco, y hasta el que tiene el plato vacío, lo tiene gracias a la industria choricera, porque esa de los chorizos es una industria, nacional, exclusiva, de import-export, que no tiene riesgo de ERE ni quiebra posible, con sus caballeros de industria, sus guapetones, sus camorristas y sus desafiantes, espadachines del abuso procesal, y con el apoyo del conjunto de las instituciones que expanden el descrédito de las mismas y, lo que es peor, propalan la desesperanza, el desánimo.