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Desayuno con creencias

Hoy nos desayunamos con la noticia (café muy licuado) de que El Vaticano tacha de "calumniosas" las acusaciones de connivencia del Papa con la dictadura argentina del siniestro Videla y sus atrocidades; precisamente en los días en que se ha juzgado y condenado a culpables de algunos de aquellos crímenes. El Lombardi asegura que esas acusaciones han sido influidas por "elementos anticlericales de izquierda para atacar a la Iglesia" y que "deben ser negadas". Bien. Nada que objetar. Están en su derecho de negar lo que mejor les parezca y beneficie a sus asuntos. Un Papa de aspecto bonachón y maneras medio campechanas cuadra mal con una complicidad en las atrocidades cometidas por las juntas militares (y el plan Cóndor, no lo olvidemos) en las que sí hubo connivencia de miembros de la Iglesia argentina y chilena, que se concretaron en algunos juicios y en una petición genérica de perdón destinada a diluir aquel horror. Otra parte de esa Iglesia se la jugó por los perseguidos, los torturados, los desaparecidos y sus familias. Esto sí me consta.

Ahora bien, si me dicen que debo negar, no lo voy a negar, ni eso ni nada, justamente porque me dicen que debo hacerlo. Ni respeto ni obediencia debida ni acatamiento, ni mucho menos autoridad moral reconocida. Hace tiempo que pienso que la presunción de inocencia funciona según y cómo, y que beneficia siempre a los poderosos, a quienes se les otorga aquella con facilidad, y perjudica a quienes no lo son porque no se les concede o se les cicatea hasta convertirlos en culpables desde el momento mismo en que son señalados.

Tampoco voy a sostener lo contrario porque ignoro las fuentes de la acusación y las circunstancias precisas, y me he ido cansando de dar crédito a noticias y no a hechos, pero sí diré que la noticia me confirma en que creemos en lo que quien tiene ascendiente sobre nosotros (político, económico, social) nos dice que creamos y que, sobre todo, creemos en lo que queremos creer, y que cuando alguna sombra se proyecta sobre nuestras creencias, preferimos no conocer la verdad y dejarla correr, pasar a otra cosa, no remover. Así, por ejemplo, en creyentes profundos y devotos con casos de pederastia, aunque las víctimas sean sus propios hijos. La obediencia debida, el miedo reverencial mandaba o manda o qué sé yo, que ya poco importa. Padres que con seguridad respiraron cuando la jerarquía les dijo que aquello era algo normal para la época o que su hijo mentía por capricho, para darse aires.

¿En qué creemos? En el fondo en lo que nos conviene. De la misma forma que la verdad depende de los aplausos y de los apoyos mediáticos que reciba. Sin contar con que cada trinchera tiene sus verdades oficiales de obligado cumplimiento. Para eso solemos tener un olfato finísimo. Compartir verdades da mucha cohesión al grupo, es un engrudo de primera, y si el grupo tiene un maligno a quien zarandear y culpar de sus males, mejor que mejor. La caza y su camaradería. El sectario es siempre el otro, nosotros somos los justos y los ponderados. A ecuánimes y a honestos no nos gana nadie.

Cuando algo es normal para la época todo está permitido: lo mismo puedes gasear judíos que forrarte a base de dietas, triquiñuelas y componendas como han hecho la Barcina y los suyos. Cosas normales para la época. ¿De qué nos extrañamos? Y no hago comparación alguna, porque ya se sabe que no se puede contimparar, sino que hablo de "cosas normales para la época". Y son normales porque las cometen quienes detentan el poder y porque la parte de la sociedad que les da su apoyo o aplaude o calla. Dejan de ser normales cuando la relación de poder se invierte y regresa a escena la justicia.

Lo que ocurre es que esa normalidad viene impuesta por la magia de las triquiñuelas jurídicas y las leyes retorcidas, por abusos de autoridad, por múltiples connivencias de autoridades diversas que, por ese motivo, pierden la autoridad moral que pudiera asistirles y pervierten la jurídica. Ahora, si eso les parece bien a sus votantes, nada, adelante, hasta que solo queden telarañas en el cajón. Democracia obliga aunque te roben o maltraten de manera impune.

Al Vaticano le acosa la izquierda en general, la argentina se supone o la mundial, tanto da; a la Barcina, la izquierda abertzale y a los golfos apandadores de Madrid, los anarquistas y los antisistema. No se puede contimparar, pero se acaba contimparando, cuando menos en ese fondo de desmontar las acusaciones que puedan perjudicarnos devolviendo la acusación y desacreditando a quien nos acusa, recurriendo a su imagen social, pública y política en situación siempre de desventaja. Funciona.

La Barcina no es que no haya cobrado cientos de miles de euros de manera desmesurada y asocial en concepto de dietas, sobresueldos e inventos varios, sino que quien lo ha descubierto es, según ella, la izquierda abertzale, en general, un comodín que funciona a la perfección porque buena parte del público está más que dispuesto a creerse lo que sea de ese mundo perverso, cuyo derecho a la palabra se le cicatea y niega un día sí y otro también, en la calle y en los parlamentos.

Una certeza para la que no hacen falta dogmas de fe: se ha forrado.

La falta de decoro no está en su codicia y en su afición al enriquecimiento personal a cualquier precio, sino en esa izquierda abertzale que se empeña en perseguirla y en denunciar sus trapisondas y las de sus secuaces, aunque no sea la izquierda abertzale, sino ciudadanos que están hartos de la manera en que la cosa pública se ha convertido en un negocio privado de grandes beneficios, una forma de enriquecerse y de salir de la mediocridad social, temible esta, y más en estos tiempos, en los que de manera inesperada se pueden bajar peldaños sociales a trompicones. El medro personal es el principal objetivo y todos los métodos son buenos.

La Barcina está en su derecho de acusar, tergiversar, mentir, adornar, acudir a los tribunales en busca de su honor; los demás estamos en el nuestro de considerar que el monto de lo cobrado es un atropello.