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La marca España

Entre la marca España y la dieta Navarra vamos buenos. Es como para pensar si no estaremos en manos de débiles mentales y de ineptos radicales que, encima, hacen negocio sobre nuestra desdicha. Ahora, viene el ministro Margallo, de Exteriores, y dice que le preocupa la marca España. Y es que, según el Gobierno, la imputación de la infanta Cristina en los chanchullos de su marido no beneficia a la marca España, ese icono intocable de devoción nacional, nuestro petróleo, nuestra energía, nuestro oro en bruto. Tal vez por eso el fiscal se ha opuesto a su imputación, algo que no es de ahora, sino que viene de semanas atrás. Estaba cantado que la familia real se iba a mover como lo ha hecho hasta que le han tenido que parar los pies. Por lo que el gobierno no ha mostrado preocupación alguna es por el motivo por el que se busca la imputación de la infanta, de su marido y de su propio casta: "Ojo, Luis, que pueden estar escuchándonos"... Maneras del Rajoyato.

Hace unos meses, el ministro Margallo, al hilo de la cumbre Iberoamericana de Cádiz, declaraba: "Pediremos a la Virgen del Rosario ayuda para lo que va a venir". No tenemos petróleo ni minas ni industria pesada, tenemos vírgenes y a Rouco Varela que, a ratos, cuando hace falta salir a la palestra, dice que reza por los desahuciados, y sabe por qué: sabe que el Gobierno no va a hacer absolutamente nada por parar esa sangría cruel. Marca España, de nuevo, genuina. Y no es la primera vez, ni va a ser la última, que miembros del Gobierno, histriones sin remedio, han recurrido a vírgenes, santos, devociones, procesiones y mojigangas devotas para encubrir su incapacidad para gobernar o su mentira continuada, para tapar la ruina de un país a base de actuaciones teatrales, ya ni siquiera en vivo, sino en pantalla. Y eso no subleva a nadie o no lo suficiente. Se da más o menos por bueno y se criminalizan las protestas recurriendo al terrorismo etarra y al nazismo, mientras se piensa en endurecer las leyes policiales y recortar la libertad de expresión.

Llevan más de un año metidos en el Gobierno y en el fango de las corrupciones, del engaño sistemático a la ciudadanía, de abusos policiales cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo. Los parados se cuentan por millones, no hay creación de empleo, al revés, el fondo de pensiones está invertido de manera arriesgada y peligrosa, proyectan, como he dicho, recortar la libertad de prensa, son ya varios cientos de miles las familias desahuciadas, han hecho de la salud negocio de casta, lo mismo de la educación... ¿y ahora les preocupa la marca España?

Muy significativa, por otra parte, esa preocupación por la marca, por el made in Spain, como si eso fuera suficiente para crear puestos de trabajo, para reabrir empresas que con marca o sin ella no van a volver a abrir sus puertas jamás, porque los tiempos son otros. El toro de Osborne pasó a mejor vida.

Qué cosa tan española esa de la fachenda, de la imagen, del desplante torero, del quedar, del aparentar, del cartelón, aunque sea de cartón piedra y no haya nada o muy poco detrás. No hace falta. Mientras haya jaleo, aplauso, gomina, bandera, pachanga, poco importa la justicia deteriorada al punto de que un juez, el Guevara, le dice a un procesado que si tuviera un arma le daba un culatazo, poco importa, sigo, una justicia para poderosos y otra para vencidos; poco, o mejor nada importa la imparable protesta social, una evasión fiscal de vértigo, la trama oscura de las obras públicas faraónicas que la propia Comunidad Europea juzga innecesarias... Y es que sí, eran superfluas para la ciudadanía, pero no para los que estaban en el ajo del negocio del hormigón, no para la marca, que es lo que cuenta. ¿Para vender qué? ¿Juerga? ¿Fútbol?

Marca España, flamenca ella, colocada bajo la advocación rojigualda de Frascuelo y de María, es la de Roberto Jiménez, to-re-ro, quien sostiene que la imputación de Sanz, del pánfilo de Maya y de Miranda, otro, hacen daño a Navarra. No, hombre, no, a ver si te enteras, lo que hace daño a Navarra es la dieta navarra: el enriquecimiento indecoroso de esta gente, su desvergüenza, sus mentiras, con la Barcina a la cabeza, no que les imputen por haberse enriquecido de manera a todas luces trapacera utilizando artimañas de apariencia legal. Porque el sistema de la dieta navarra estuvo pensado desde un primer momento para ser algo opaco, oculto, para hurtarse a la publicidad, a la auditoría que ellos mismos silenciaron. ¿Qué honorabilidad puede haber en eso? Ninguna. Ese "error" es por completo doloso.

La fragilidad de la economía española no es leyenda negra de países que no nos quieren. La economía española está bajo sospecha permanente porque es una realidad que se ha venido trabajando desde hace años de espaldas a los avisos, de espaldas a todo lo que no fuera el enriquecimiento de una casta y la ventaja inmediata, bajo la divisa: "El que venga detrás que arree". Nada importaba mientras se recalificaba, se macizaba, se cobraba pasas, untes, se movían cantidades ingentes en dinero negro que los patriotas rojigualdas sacaban a espuertas del territorio nacional. ¡Iaspaña!... ¡Ia! La marca España, plena, radical, es la que hace gala del flamenquismo. Por cierto, ¿a qué granuja le apodaban El Flamenquitín? Eso lo sabrá seguro el embajador en México que vino el otro día a visitar a la Barcina en horas bajas.

La Barcina dijo lo que dijo. Y lo hizo de manera muy clara: los imputados, fuera. No vale ahora callarse y globear. Globera. Tiene que responder de sus ideas. Y si mentía entonces o miente ahora, debería dimitir, pero la marca España, la de los flamenquines y los flamenquitines, los yates, las mansiones, los negocios opacos que no pasan por cámara de comercio alguna, la marca, digo, la ampara, la aplaude, la sostiene, la vota porque la marca y la casta que va con ella se vota a sí misma. Dimitir cuando se miente desde puestos de gobierno es cosa del extranjero, mala gente. La marca España es precisamente eso: sostenella y no enmendalla, mientras haya aplausos en el tendido de los nuestros, estamos vivos, y brindamos.