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Guindando por Navarra

Si algo tienen las declaraciones de la Barcina es que resultan de verdad insólitas, asombrosas, descacharrantes. En Navarra no hay corrupción, ¿pero sí cohecho? Ni siquiera ha tenido la decencia moral de desdecirse de haber afirmado que en su partido y en su gobierno no había sitio para los imputados. Sí lo hay, claro que lo hay, para imputados, para procesados, para condenados y para desvergonzados, sobre todo para estos.

En un país menos azotado y vapuleado por la desvergüenza de la clase política, lo dicho por la Barcina habría causado un vendaval que la hubiera tumbado. Aquí no, porque ya vamos muy sobrados. Aquí no dimite nadie ni nadie va a la calle. Es la marca España.

Sostiene la Barcina que no hay corrupción porque los indecorosos ingresos de su cuadrilla fueron declarados a Hacienda (algo que está por ver y que viene obligada a demostrar), pero olvida que la forma de obtener esos ingresos estaba organizada de manera opaca con intención plena de ocultar los hechos a la ciudadanía y a los posibles investigadores. ¿Por el bien de Navarra? ¿Pero es que creen que somos idiotas? La generosa espuma del dolo rebosa la copa de su soberbia.

Lo sucedido con la Can es corrupción, claro, salvo en la imaginación de quien cree que trata con una población de palomos, condenados de por vida a pagar sus farras y su enriquecimiento a costa de la cosa pública. No hay derecho. Solo un corrupto, no ya de profesión u oficio, sino de auténtica vocación mística, puede sostener semejantes sandeces... y hasta que un juez no lo establezca, ella no es corrupta. ¿Qué es entonces?

La Barcina ha demostrado que lo suyo es tratar sin respeto alguno a la ciudadanía, de manera que ya no se lo debemos; ni a ella ni a sus secuaces, ni por razón de elemental convivencia porque esta es falsa, desigual, violenta. No lo merecen. No ya por lo hecho, sino por lo dicho, redicho, afirmado, negado... y cobrado. Ya no les bastan los votos para ocupar puestos de gobierno. Esa es una fabulosa añagaza de democracia en declive. De manera palmaria carecen de autoridad moral para ocupar los puestos que ocupan. El aplauso de los secuaces no es suficiente. Saben que están mayoritariamente reprobados por la sociedad sobre cuyo lomo se han enriquecido, de la manera todo lo legaloide que quieran, pero enriquecido, lucrado.

Las palabras de la Barcina, nada extrañas en un país en el que el Gobierno cubre a un delincuente para que dirija el Banco de Santander, me han recordado a aquella película (¿con Gracita Morales?) en la que los carteristas, espadistas, trileros y reventadores de cajas acudían a una academia del mangutas a aprender las sutilezas del oficio o a masterizarse por lo fino. No sé si era Los ladrones somos gente honrada. Esta película de ahora no tiene gracia alguna, pero aquí se podría dar un máster sobre "Fiscalidad y delitos contra la propiedad: la declaración fiscal del honesto delincuente".

Según la Barcina, jurista sobrevenida por vivir entre la espada y la pared de sus patrañas y desvergüenzas, el cohecho no es corrupción. En consecuencia tampoco lo es la apropiación indebida, el hurto, el robo con escalo, el atraco... Sobran figuras en el Código Penal. Cualquiera vale porque mientras sea algo público y notorio, y cotice, todo está permitido. Lo que hace con su declaración es una pintoresca apología del delito porque invita a la emulación. ¿Si ella puede y no es corrupción, por qué no yo?

¿Pero ha calibrado la Barcina el alcance de lo dicho? Tal vez sí, pero me temo que le da igual. Está blindada, social y económicamente blindada, y desde el convencimiento de que ese blindaje funciona, habla, asegura, promete... y miente. Sabe que está protegida por una casta política radicalmente reacia a actuar de frente contra la corrupción nacional, cuyo ejemplo más descarnado lo ha dado Núñez Feijóo en Galicia, de paseo en yate con un narco que se benefició económicamente de sus amistades peperas. Se lo dijo el diputado Beiras: "Es usted la indecencia hecha persona".

Ahora se aferran a afirmaciones retóricas que denotan el bajo nivel intelectual de quien las suelta, ya sea la Barcina o su portavoz serrano: no habrá corruptos, pero hay gente que se lucró de manera indecorosa y furtiva, insisto, furtiva, sobre la que penden imputaciones judiciales, y eso tiene que tener un nombre y un peso político en el Gobierno de Navarra.

Por su parte las frases soltadas por el Sanz revelan una insolencia propia de quien está seguro de su impunidad y de que pase lo que pase no le pasará nada. ¿Cómo alguien que ha gobernado Navarra durante tantos años y a quien se le han probado ingresos millonarios puede decir: "Jamás en mi vida me he lucrado, jamás en la vida me he lucrado de nada, nunca jamás"? ¿Pero es que no sabe lo que significa lucro? ¿Cómo puede pretender el Sanz que creamos que no sabía si le iban a pagar por acudir a unas reuniones que sabía falsas y en cuyo planeamiento y organización había participado? ¿Si las dietas no eran sueldo, qué eran? ¿90.000 euros? Convengamos con la triquiñuela de picapleitos y admitamos que las dietas no son sueldo, pero son enriquecimiento, sobre todo en la desmesurada cuantía de lo cobrado por Sanz por no hacer nada, absolutamente nada. Y si no, que lo demuestre. Lo curioso es que todo lo afirmado con boca de pólvora jotera es coherente con quien soltó la chulería de que 400 euros no dan más que para una cena. Y todo por Navarra, todo por voluntad de servicio, por la comunidad... tanto que si no se hubiese destapado este saqueo no habría pasado nada, habría disfrutado en paz de sus lucrativos manejos, porque lucro ha habido y cuantioso. Que no sepan por dónde salir, eso es otra cosa, y también que cuenten con una ciudadanía que les apoya, hayan hecho lo que hayan hecho, porque sí, porque es un signo de distinción social, de casta y clase. Da vértigo.

Entre las declaraciones de la Barcina y del Sanz, y los hechos que han salido a la luz pública, queda claro que la Caja de Ahorros de Navarra era una incontrolable e incontrolada cueva de Alí Babá. Nadie controlaba nada, nadie hacía caso de las recomendaciones y avisos del Banco de España al que se le ocultaban datos, nadie hacía nada, nadie sabía por qué estaba sentado donde estaba sentado con voluntad de hacerlo de por vida, ni por qué motivo cobraba, ni quién ordenaba el pago, ni quién convocaba, ni dónde había que firmar... Nadie, nada. Humo... O copla feroz: "¡No te lucres con Navarraaa...!".