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A vueltas con las berzas

Esta semana, el ministro de Defensa, Morenés, ha hablado de la laureada que decoraba el escudo de Navarra, popularmente conocida como Las Berzas. En respuesta al diputado Sabino Cuadra, el ministro ha sostenido que no se puede anular el contenido del decreto por el que fue otorgada la Laureada.

Aquella distinción guerrera y oportunista fue concedida, si no en fraude de ley, sí incumpliendo el articulado del texto legal que preveía su concesión en el ámbito castrense, no a una provincia. Fue un acto nulo y como tal puede ser revisado. Ya hace meses que Miguel Izu publicó una breve nota sobre el modo en que fue concedida aquella condecoración. Ahora está en la Red con todos los detalles y datos legales, y con un título sugestivo: Debate prescindible. El ministro Morenés, mal o pobremente informado, se ha parapetado en argucias legales de mucho efecto en público, y de poca o de muy discutible sustancia jurídica, porque sus palabras vienen a despreciar, por ignorancia voluntaria, el acuerdo del Parlamento Foral por el que no solo se rechazaba la Laureada, sino que se reprobaba su concesión, algo que sí se puede hacer, en contra de lo sostenido de manera poco informada por el ministro.

Con textos legales o fintas de esgrima jurídica de por medio, lo cierto es que la Laureada sigue siendo una trinchera en la medida en que su supresión no ha conseguido el concierto de toda la sociedad navarra, sino solo de una mayoría parlamentaria con los votos en contra del PP y la abstención de UPN, que han convertido una vez más asuntos que podían ser de reconciliación, en pura pugna política. No hay acuerdo de fondo o este está sujeto más al resultado de unas votaciones que al de las conciencias.

Una parte de la sociedad navarra sigue viendo la Laureada como lo que es: una condecoración franquista, sí, pero con la que se identifica, con independencia de los motivos de fondo por los que fue concedida, y siente un temible orgullo, el del estar en posesión de la verdad de la historia, la misma que se bendice a fecha fija en la cripta de los Caídos. No se trata tanto de la negativa gubernamental a anular el contenido de un decreto franquista, como de que esa negativa encubre una manifiesta renuencia a condenar todo lo relativo a la Guerra Civil que concierne al bando de los sublevados, luego vencedores. De la misma forma que esa parte de la sociedad navarra, y española, representada por el PP, se niega a actos expresos, sinceros, de reconocimiento de las víctimas, o a una valoración del régimen republicano, o, como sucedió días pasados, a firmar el protocolo de la ONU sobre crímenes de guerra.

¿Importa mucho la Laureada? Sí y no. Sí en la medida en que sigue siendo un símbolo de un régimen repulsivo relacionado única y exclusivamente con una guerra civil en la que, al margen de los valores de la raza y de las gestas heroicas de los voluntarios navarros, se asesinó a más de tres mil personas, tan navarras como los anteriores, pero en la retaguardia. Importa menos en un momento crucial, como es este, en que son otros los graves debates que sacuden nuestra sociedad, la descomponen y quiebran. En concreto con lo sucedido con la ley relativa a los desahucios, que el Partido Popular ha aprobado, ignorando el millón y medio de firmas de ciudadanos que avalaban una ley sobre la misma cuestión, pero en un sentido por completo diferente. El PP está con la banca y no, desde luego, con las víctimas del sistema, las que a fin de cuentas van a pagar deudas que no son suyas.

La posición del PP, y del Gobierno, en cuanto a todo lo que suponga siquiera de lejos una condena del franquismo, es enrocarse, no ceder, y si no lo elogia con franqueza debe de ser porque está feo, porque todavía está feo. A fin de cuentas hasta el propio ministro procede de manera directa del mundo que se vio representado por los sublevados y el franquismo de FET y de las JONS.

Esta no es una batalla legal, sino una pugna ideológica y política. No se discuten en el fondo símbolos del pasado, sino señas de identidad del presente, cuestiones de principios de hoy que enlazan con un tiempo pretérito de autoritarismo, de militarismo y con una política de casta y clase. Esta de la Laureada es la expresión de desacuerdos y enconos más profundos que tiene en ese símbolo su banderín de enganche y su trinchera. La historia, no como terreno de concordia, sino de enfrentamiento casi permanente. No hay acuerdo posible entre quienes piensan que los suyos hicieron santamente rebelándose contra la República y los que no. Herederos unos y otros de los valores que entonces sostuvieron el enfrentamiento.

Lo cierto es que hoy la pugna social estalla por todos los rincones: en las cámaras y fuera de ellas, en los medios de comunicación afines al Gobierno y en los que no lo son, en el eco de la Conferencia Episcopal, en la calle, ante la puerta de políticos que han practicado la mentira y los abusos como única labor de gobierno, en los tribunales... El fenómeno de los escraches puede contagiarse y derivar a otros sectores, puede ponerse en pie una desobediencia civil que vaya a más y hasta modos de guerrilla urbana permanente como expresión de descontento y rebelión sociales, algo tan real que resulta inútil señalarlo. Hasta el momento la calle ha sido más pacífica que las fuerzas policiales. Pero las perspectivas económicas de la UE para España son más sombrías que nunca, como si el Gobierno solo estuviera empeñado en mantenernos en el engaño permanente; lo mismo por lo que se refiere al número de parados que aumenta sin cesar o a la pobreza que amenaza a una parte importante de la población. La guerra de trincheras queda lejos, pero el presente es más acuciante que nunca y a diario genera víctimas irrecuperables. La guerra es otra y otras sus armas y estrategias. Un sindicato policial ha alertado de que se avecina una primavera caliente, algo que, en manos de la Cifuentes y del ministro del Interior, equivale a una ilimitada licencia de mano dura y abusos impunes. Estamos avisados. Regeneración económica no, pero palo, mucho, y si se les va la mano, la culpa es nuestra. Laureados. Archidemócratas.