Noticias del cortijo
¿En qué país vivimos? En este, en este: un cortijo de señoritos y caciques, cuya guía moral y de mala ley es la Marca España, indeleble, inigualable... repulsiva; pero que, a cambio, permite conocer a diario cuál es el alcance y valor de la patraña demoKrática: alcance poco, valor ninguno.
La condesa de Murillo (consorte) infringe la ley y perseguida por las dichosas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estadooo, se resiste a ser detenida y se parapeta en su palacio inviolable, protegida por uniformados que se prestan al chalaneo de convertir lo que para cualquiera es un delito que puede costarle cárcel, palos, antecedentes, multas, engorros, sevicias, en una burla de amiguetes.
¿Es de chiste? No, no es de chiste, es la Marca España, es el cortijo, es el país que heredaron de sus padres y de sus abuelos, el de la chulería y los abusos de casta como sistema casi jurídico. Algo así sería impensable en cualquier otro país de la Comunidad Europea que no fuera este donde, encima, lo sucedido se envuelve en una nube de patrañas oficiales y cómplices, de capotes de clase, digo bien, capotes, porque todo esto tiene un repugnante fondo de toreo de salón, y se resuelve en un aquí no ha pasado nada, o poco, una travesura del conde de turno... ¡Justicia, bonita...!
No, lo sucedido no se resuelve con una multa simbólica, sino con una decidida actuación fiscal, con el Código Penal, el suyo además, en la mano, con jueces, con decisiones políticas -alguien capaz de hacer lo que ha hecho no puede presidir una Comunidad como la de Madrid... ¡Ay, no seamos ingenuos, claro que puede!-, y los uniformados que fueron cómplices de la bochornosa actuación que desautoriza como política y como ciudadana a la Aguirre, deberían estar sancionados o apartados de sus funciones. Pero no, no parece que esto vaya a suceder, ni ahora mismo ni nunca. El caciquismo gubernamental se impone, la arbitrariedad del más genuino régimen policiaco la protege, el sucio arte de convertir al agresor (infractor) en agredido lo mismo. A fin de cuentas, las leyes y la fuerza están a su exclusivo servicio.
Pero por si lo anterior fuera poco, días antes, en unos funerales de Estado, el cardenal Rouco, advirtió a la ciudadanía del riesgo de una guerra civil. Queda claro que de suceder, Rouco y los suyos iban a estar con los herederos de los que se alzaron en 1936. El cardenal echó su soflama no en cualquier sitio, sino en unos funerales de Estado, celebrados en honor y gloria de un político elevado a los altares como patrón de una Transición intocable, incuestionable, convertida en una serie de artículos de dogma de fe en los que hay que creer, que digo creer, acatar sin reservas, pese a los testimonios que aparecen un día sí y otro también de que no era oro todo lo que relucía ni mucho menos: el ambicioso falangista tuvo planeada la ocupación militar del País Vasco dentro de un minucioso y generoso programa de concordia nacional, entre otras muchas amenidades. Basta leer las biografías escritas por Gregorio Morán o el reciente sacudimiento de Pilar Urbano.
¿Guerra civil? Quiá, en todo caso la misma de siempre, ganada por los de siempre. Me temo que de lo que nos advierte Rouco es de una más que verosímil represión indiscriminada, de un nuevo Escarmiento para general instrucción de levantiscos que no se encuentran cómodos en la clase social o en el estamento que les han adjudicado, y que piden mejoras sociales que no sean el negocio de unos pocos o de unos cuantos, y la reposición de libertades civiles poco a poco arrebatadas.
Y por no salir de la iglesia. ¿Mala intención la del Sebastián afirmando excátedra, para instrucción de la feligresía, que la homosexualidad es una enfermedad que tiene cura? No, mala no, pésima y retorcida. Solo que, con toda seguridad, el fiscal que da carpetazo diciendo que la del Sebastián es una recta intención, es de su cuerda, lo que no deja de ser Marca España, la que da cobertura al colosal cortijo en el que las cosas son dependiendo de si benefician o no a los nuestros, porque aquí se trata de los nuestros y de los que no lo son. Con Rouco dando voces de alarma o sin él, hace mucho que la trinchera está servida.