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La impunidad del cortijo

"No es extraordinario en la vida de cualquier ciudadano", dice la Esperanza Aguirre para justificar en plan cachondo lo injustificable, es decir, su particular incidente con la policía. No sé qué resulta más indignante, si los hechos delictivos protagonizados por ella o lo cachondo, la gracia torera del señorito, para sortear el lance.

No es extraordinario, dice? Sí, sí lo es, y mucho. Resulta asombroso, más que extraordinario incluso, que un ciudadano se niegue a identificarse a requerimiento policial, a detenerse, embista en su huida un vehículo oficial, y que lo que a cualquiera le costaría una acusación de resistencia, desobediencia y atentado a la autoridad (es de manual), a ella no le cueste nada: la multa de una sexagenaria (y a ver).

También eran sexagenarios algunos de los ciudadanos a los que en los últimos años les han abierto la cabeza por defender su derechos legítimos, los que ella borra o cicatea.

Dice que esa sucesión de infracciones legales fue su defensa ante la posibilidad de ser fotografiada, no de que la hicieran soplar. Pero ella no está exenta de ser fotografiada y no por ley positiva alguna. Al revés, la Aguirre es un personaje público y la fotografía es todavía una forma de probar la falta de probidad y de decencia de los cargos públicos. Añagazas, patrañas, chulerías... es su forma de ejercer el poder. Gobernar es otra cosa.

En Inglaterra, una ministra dimite por haber cargado seis mil euros públicos en su cuenta de gastos domésticos. Es de risa. Aquí saquean lo inimaginable, se aprovechan de los cargos, manejan cantidades ingentes de dinero negro, se llevan hasta los clips y no pasa nada, nadie dimite, todos niegan con descaro lo evidente y confían en el barullo de los días, en la interminable madeja judicial (como mucho), en el olvido, y lo consiguen.

Está visto que aquí lo que vale para unos, no vale para otros. La ley es igual para todos, mientras sea inter pares. El sistema hace tiempo que se vino abajo y la mayoría mira para otra parte, no quiere admitir lo evidente, hasta que le toca.

Y por seguir hablando de impunidad. Al expolicía Billy el Niño, famoso torturador del franquismo, una auténtica leyenda, no le van a juzgar, pese a que los testigos, es decir, los torturados por esa mala bestia, hagan públicos sus testimonios. Gente malévola que se acoge a derecho, después de haber abusado de él y quebrantado una y otra vez la ley con la total impunidad que le daba un régimen dictatorial, el que solo la memoria torcida y amaestrada, hace autoritario, pero feliz.

Billy el Niño aparece protegido por una amnistía desigual que benefició más a los verdugos que a sus víctimas. Tardamos en darnos cuenta de que no se trataba tanto de que los presos políticos salieran a la calle, como había sucedido en Portugal, sino de que no se pudiera tocar un pelo de las diversas policías secretas y de sus cómplices durante los años más negros de la dictadura, no como hicieron los portugueses con la siniestra PIDE. Nuestra no menos siniestra BPS y todos los servicios secretos y policías de la época eran y son intocables. Están cerrados a cal y canto, impermeables a cualquier puesta en claro de lo sucedido en aquellos años, en los que el paso por comisaría era sinónimo de malos tratos, como mínimo, con la complicidad de una ciudadanía que aplaudía, entonces y ahora, lo que fuera con tal de "vivir tranquilos". Una mayoría silenciosa, feliz de haberse conocido, hecha de estómagos agradecidos y profundamente insolidaria con todo aquello que no predicara la jerarquía, cómplice gustosa, como ahora, de todos sus abusos.

No se trata de desmemoria, sino de un voluntario y malicioso no querer saber, no querer enterarse de nada, de negar hasta lo que constaba de manera cierta por ser evidente. Entonces y ahora. Abogados, jueces, médicos, empresarios... Lo ha dicho una de las víctimas de González Pacheco: no eran solo los policías, era el médico que se negaba a atender a un torturado malherido, tachándolo de terrorista.

La amnistía de la Transición puede impedir la acción de la justicia, pero no el ejercicio de la memoria, sobre todo ahora, cuando cunde un revisionismo repulsivo y una voluntad institucional de apoyar la impunidad de los crímenes cometidos. Impedir que hagan los que les venga en gana es toda una tarea política... nada fácil.