Las vocecillas de la conciencia
El viernes por la noche Yolanda llegó a casa derrengada. Todo había salido como estaba previsto en el guión de Cadreita: poses triunfales, abrazos, besos, aplausos, más aplausos y muchas sonrisas. Se bajó de los tacones, fue al baño y se quitó las tres manos de maquillaje y la sonrisa profidén. Entonces se dio cuenta de que apenas había probado bocado en la cena. Se dirigió ansiosa al frigorífico, pero allí sólo encontró un yogur pasado de fecha. Suspiró profundamente y con actitud de hacer un sacrificio, uno más por Navarra, lo cogió con decisión, le arrancó la tapa y le metió la cucharilla hasta dentro. De pronto oyó una voz ronca que venía del propio pote: “¡Ay, amiga! tú y yo estamos igual: solos y caducados”.
Yolanda lo arrojó contra la pared. Dio un portazo y se fue hacia el dormitorio. Por el pasillo le pareció oír otra voz, en este caso asustada y temblorosa que venía de la cocina y suplicaba “No me privatices, por favooor. Además con eso no ganas nada, que lo ha dicho Comptos”. “¡Ni caso!” pensó para sus adentros. Llegó a la habitación y comenzó a desvestirse. Entonces escuchó otra voz, esta vez muy enfadada, que parecía venir de una calculadora que había en la mesilla: “71. ¡71 millones de euros Yolanda! Eso es lo que vamos a dejar de ingresar con esta reforma fiscal. Pero ¿de dónde vamos a sacar dinero?, dime tú ¿de dónde?”. Yolanda la agarró, le arrancó las pilas y las tiró al suelo con rabia. Apagó la luz y se metió en la cama. Enseguida la almohada empezó a moverse inquieta, incómoda. “Al final lo has hecho. Has tomado la decisión por tu cuenta y riesgo sin hacerme caso para nada. Pero ¿qué necesidad tienes tú de volver a presentarte? Esto va a ser un pim-pam-pum. ¿Sabes cómo se llama la favorita de este año de la carrera de cutos de Arazuri? Pues eso”. Yolanda le dio la vuelta, se puso los tapones de los oídos e intentó conciliar el sueño.