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¡Tarjetita tú eres gualda...!

¡Ya llegaron las corsarias con su tarjetita patriótica! ¡Tarjetita tú eres roja, tarjetita tú eres gualda!... Porque en manos de redomados patriotas estaban las tarjetitas, ciudadanos de primera: políticos, caballeros de industria y de fortuna, guapetones, sindicalistas y gente de partidos de izquierda... una demostración inapelable de que el mayor negocio de este país es hacer de lo público o medio público algo privado, bajo las divisas: “Es costumbre”, “Donde fueres, haz lo que vieres”, “El que venga detrás que arree”... y otras de casposa enjundia.

Las tarjetas serían fantasmas, pero los que han tirado de ellas de fantasmas no tienen nada, de chorizos en cambio sí, y mucho, desvergonzados, pillos, amigos del vivir y enriquecerse a escondidas.

El asunto de las tarjetas nos ha dejado inermes, estupefactos. Parecía imposible tanta desfachatez. Un auténtico saqueo a espaldas de la ley -¿o protegido por ella?-, camuflado de errores informáticos encima, es decir, que este asunto, de ser delictivo, tiene multitud de cómplices y encubridores. En este país, los negocios sucios (muchos) de la cosa pública solo son secreto por conveniencia, en cuanto se le puede sacar tajada, se hacen públicos.

Pero lo cierto es que nuestro nivel de indignación ha bajado mucho. Tal vez la tengamos ya muy usada, aunque por otro lado el tarjetazo nos ha permitido comprobar que somos ejemplares, de verdad ejemplares. Nos roban, expolian, someten, abusan de nosotros en todos los órdenes de la vida diaria y confiamos en la acción de la justicia, como si esta fuera el tótem de la tribu: el hombre primitivo enfrentado dulcemente con su tótem, escribía el poeta, uno. Eso es ser civilizados de veras. Ni sacamos nuestros dineros de los bancos ni les damos fuego (a los bancos), esperamos que la justicia establezca que nos han robado a manos llenas, y aquí paz y después gloria, pero igual no pasa nada porque el expolio es costumbre.

Y lo hacemos tranquilamente, de manera sesuda, al tiempo que los carteristas siguen a lo suyo, porque no me cabe ninguna duda que lo de las tarjetas no solo es una práctica común, que dice uno de los implicados, indignado de que le hayan quitado el juguete y le amenacen con procesarlo, sino que solo es un botón de muestra y es mucho más lo que ignoramos que lo que se nos muestra a golpe de escándalo calculado. Además, vivimos amedrentados y atemorizados. Ahora sabemos que nos pueden hacer daño con palos y multas de manera impune. Lo saben quienes lo padecen.

Se entiende mal que ni Blesa ni Rato estén ya en prisión cautelar o que el Partido Popular no tome verdaderas medidas contra los muchos chorizos que forman en sus filas, aunque esto sea mucho decir al ser una práctica habitual de la casa negar la evidencia y confiar en una justicia que hasta ahora les trata con inusitado mimo.

¿Sale ganando la ética pública con que se haya destapado el escándalo de las tarjetas? Lo dudo. Aquí cada cual a lo suyo. Unos convencidos de que están en el derecho absoluto de vivir por encima de la ciudadanía y a su costa, y otros a pagar la farra. Y entre tanto la justicia a generar papel, acunada en triquiñuelas como las de Fabra y otros. Confiamos en una justicia en la que no creemos... ¿Paradoja? No, bobería.

La banca y las instituciones financieras a ella aparejadas han demostrado que están por encima de la ley y del propio poder político institucional, y muy por encima del bien común y del interés general de los ciudadanos seriamente dañado en el caso de Bankia y Caja Madrid, las grandiosas cuevas de Ali-Babá de la casta pepera. La última sentencia que beneficia a la familia Botín acerca de una monumental estafa denunciada por las PAH es la prueba de lo que digo. Y no es la primera. Se han convertido en instituciones asociales o tal vez no, tal vez sean tan sociales que son el pilar de una nueva sociedad, detestable, pero nueva y temible, dominada por una oligarquía financiera autoritaria, violenta y encima religiosa, que se rige por otras leyes y otros usos sociales. La decencia es una virtud en desuso, lo que se lleva es hacerse con el botín «a como sea»: han convertido lo indecoroso en algo protegido por las leyes.