¿Y después, qué?
Esta última semana, asomarse a las primeras planas de los periódicos ha sido como hacerlo a un circo de despropósitos, pero ni más ni menos que la anterior: Blesa y su banda, y el saqueo de dineros públicos; la falsificación gubernamental de datos estadísticos; la violencia policial por lo visto inextinguible; la llegada por la puerta grande del virus ébola, la ineficiencia gubernamental, el desatino y el desconcierto cifrados en el sacrificio del perro de la enferma y en la acusación de que el virus es en realidad un complot político, la ferocidad de los que se han cebado en la enferma o reído de ella, los guantes azules de la Mariló... ¿Qué quedará de todo esto? O dicho de otro modo, ¿Mañana qué? ¿Más de lo mismo o muy parecido? País en descomposición, a la deriva.
Solo ahora después de años de brutalidades, abusos e impunidad policiales se habla del aislamiento social de estos. Nadie lo hace de la depuración de la policía y la magistratura, o de la promulgación de una ley que investigue el origen de las fortunas, como parte de un programa de gobierno de verdad ambicioso.
En realidad no sé en qué consiste o puede consistir ya el cambio social, no desde luego en manos de quienes hasta ahora han tenido poder político, de la manera que sea, y no han actuado en consecuencia. Me temo que el cambio no consiste solo en hacerse con las riendas del cotarro y de la economía, y recuperar con ello una cierta soberanía nacional, después de reorganizar el propio Estado. Es necesario algo más, bastante más.
Tengo mis dudas de que las próximas elecciones traigan verdaderos cambios sociales. Y sobre todo tengo serias dudas de que lo que es clamorosa desvergüenza y voluntad manifiesta de saqueo de muchos de los profesionales de la cosa pública, redunde en una voluntad política de regeneración ética más allá de unas cómicas añagazas electorales, como las del líder del PSOE.
Como dice Rafael Chirbes, autor de En la orilla y último premio Nacional de Literatura, esta podre viene de lejos. Las mañas de los “tarjeteros” tienen camisas azules y el saqueo es una seña de identidad política nacional, algo a lo que la gente que accede al poder parece tener derecho por gracia divina porque con las divinidades comercian con desfachatez teatral, encomendándose a ellas, otorgándoles galardones ridículos, paseándolas.
Y es que En la orilla es una novela que no trata de la crisis, como se dice, para resumir, no hablar del fondo y no confesar que no se ha leído la novela, sino que, además, habla del origen de esta “crisis”, mucho más que económica, de lo lejos que viene: de décadas de franquismo, de violenta represión, de corrupción institucional y prevaricación, de maña logrera, hereditarias todas, convertidas en sistema político. Es mejor hablar de una crisis vírica llegada como del espacio (no del cielo o solo para los obispos) que del muy fértil terreno de cultivo sobre el que se ha desarrollado con ventaja.
¿Van a cambiar unas elecciones este estado de cosas? Por sí solas desde luego que no. Tiempo y oportunidades ha habido para hacerlo. ¿Ha habido verdadera voluntad de cambio social? Si es hacia el modelo del neoliberalismo autoritario, en detrimento de una genuina democracia de contenido social, desde luego que sí; en la dirección contraria, no, desde luego que no. La prueba está en el deterioro social que estamos viviendo.
Esa oportunidad de cambio la tuvo el PSOE en los años ochenta y enseguida se pringó en la guerra sucia del GAL y en el saqueo económico del que no llegamos a conocer más que una pequeña parte. La denuncia, por parte de la oposición, de aquella podredumbre institucional que no iba con sus protagonistas -igual que ahora, por cierto-, no tenía otro objetivo que el de quítate tú para que me ponga yo: “¡Váyase, señor González!”... mala fe a raudales.
Mentirosos, prevaricadores, irresponsables declarados, pero sostenidos por una parte de la población que si no ve sus manejos y actuaciones es porque no quiere, y si los ve, es todavía más peligrosa que sus líderes y representantes políticos con sus vírgenes, sus cacos de precio y sus maleantes de bata, uniforme o toga; es igual, son los mismos, y los tenemos encima con voluntad de perpetuarse y de no rendir cuentas jamás.