Otra vez la mayoría parlamentaria tocándole los pies al Gobierno, esta vez con el euskera. Ayer aprobó una resolución por la que le insta a cambiar los paneles de entrada a Pamplona para que figuren los dos nombres oficiales de la ciudad. Desde UPN, como siempre, vuelven a esgrimir la excusa de que no hay dinero y aseguran que según se van deteriorando los carteles los van sustituyendo por nuevos bilingües. Ya. Pues deben de ser de titanio. Por otro lado nuevos nuevísimos son los que el Ayuntamiento de Pamplona está poniendo en algunas calles, en teoría para cumplir con la ordenanza municipal, pero dejándolos igual o peor: “Calle Mayor Kalea”, “Paseo 25 de noviembre pasealekua” y así. En la tontería se han fundido 20.000 euros. Sólo 10.000 menos que el total de las ayudas a entidades culturales para realizar actividades en euskera a lo largo de todo el 2014. Y para rematar el día, por la tarde dieron luz verde a la propuesta de cambio de la Ley del Euskera para extender la educación pública en este idioma a todo el territorio foral, que se votará en pleno a fin de mes. A todo esto, y para entender el ardor de estómago de los euskarafóbicos, hay que sumar los datos que dio el consejero Iribas el martes en torno a la evolución del conocimiento de esta lengua, que pasa del 9,9 % de la población total en 1991 al 13,68 % en 2011, a pesar de la zonificación. No son datos para echar las campanas al vuelo, pero que marcan una tendencia muy interesante como el hecho de que aumente el número de bilingües en la llamada zona mixta, que incluye la Comarca de Pamplona, donde vive más de la mitad de la población navarra. Aquí uno de cada cuatro habla o entiende euskera y eso se percibe cada vez más claramente en la calle. Es preocupante, sin duda, que el uso no se incremente en la misma medida e incluso baje en las zonas más euskaldunes. A esa tortilla también hay que darle vuelta y para ello ver la botella medio llena siempre resulta más estimulante que verla medio vacía.
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