Vascos buenos otra vez
No sólo de romanticismo vive la persona, pero, en ciertas dosis, es evidente que se trata de un sentimiento positivo y muy poderoso. Aunque no lo parezca, no estoy hablando de San Valentín, sino de la visión que impregna una de las películas que, precisamente ese día, podrá ver en el festival Punto de Vista quien haya conseguido entrada. Se trata de The Land of the Basques (La tierra de los vascos), de Orson Welles, rodada en 1955. En ella se nos muestra una Euskal Herria de ensueño, un retrato encantador. Una visión idílica que enlaza directamente con la que propagó el intelectual alemán Wilhelm von Humboldt a finales del siglo XIX, como explicó magistralmente Bernardo Atxaga en la presentación del filme. Esta visión bucólica de lo vasco, tan extendida tanto fuera como dentro de casa, “se nubla a partir del 36 intencionadamente”, según Atxaga y aunque algunos como Welles vienen buscando ese paisaje ingenuo y preindustrial, la imagen de los vascos buenos termina de resquebrajarse en la década de los 80 con la irrupción en las pantallas del paisaje urbano y los conflictos sociales. Coincidiendo con la actividad de ETA “desapareció la mirada amorosa o empática, y los vascos dejaron de ser vistos como seres inocentes o adánicos; se volvieron -la parte por el todo, otra vez- fanáticos y violentos” decía Atxaga en un excelente artículo de prensa. Y añadía que así hasta hoy, que con el estreno y éxito rutilante a nivel estatal de Ocho apellidos vascos, en un estado de ánimo aligerado, se ve que los tiempos han vuelto a cambiar, y que “hay lugar para un nuevo romanticismo.”
Bienvenido sea, de puertas afuera, y también un poquito para nosotros mismos, ¿por qué no?