La carrera
Echó a andar la loca carrera, o algo así, con mucho ruido, más arremetidas de guapetones y toneladas de papel en balde. Pero al margen de la bulla no sé si ha comenzado la carrera por el cambio; la del quítate tú para que me ponga yo, esa sí, conviene que los recién llegados no lo olviden, conviene que se lo recordemos. No se trata de presumir mala fe en nadie, sino de considerar el espectáculo de las últimas semanas, que ha revelado más disensiones y rebatiñas que voluntad de acción en común.
Esta carrera ya tiene perdedores, no aquellos que no van a conseguir plaza o un lugar a la sombra de los que sí la conseguirán, sino los que antes de que comience han perdido todo lo que tenían y sobre todo las esperanzas de recuperarse porque me temo que nadie les va a devolver ni la vida ni los bienes perdidos, ni la familia ni la salud ni la confianza. Nadie, me temo, hagan lo que hagan los que consigan un asiento parlamentario. Esta carrera no está hecha para los que ya la han perdido, a no ser que participen como votantes necesarios o como jaleadores. Hay mucha gente que se haga lo que se haga va a vivir de la caridad (la llamen como la llamen), del favor, de los arrabales de la verdadera vida social.
¿Optimismo? Poco o ninguno. Porque quien te lo pide, lo que quiere es no escuchar lo que le incomoda. La esperanza es otra cosa, una expectativa, algo más fácil de compartir ahora mismo. Solo tienen optimismo deportivo los que aspiran a vivir, de la manera que sea, del sistema elegantemente reformado de manera que les beneficie y como mucho otorgue una pedrea tapabocas. Dudo mucho que las propuestas más radicales de los programas puedan llevarse a la práctica y como lo siento, lo digo. La amenaza de la peor derecha que ha conocido este país es cierta. No solo porque hay muchos, muchísimos, demasiados ciudadanos que prefieren votar a ladrones y a corruptos, sino porque hay otros que con tal de no perder lo que tienen son capaces de pactar con los primeros, revelándose como cómplices y encubridores de las fechorías que se han cometido y que se siguen cometiendo, primero a escondidas y últimamente con descaro sin que pase nada ni afecte en lo más mínimo a las carreras electorales de los maleantes. «Gentuza, corruptos y ladrones», les ha llamado Iglesias, no a humo de pajas, sino en base a pruebas irrebatibles del dominio público. Esa acusación no es privativa de ningún partido. Ha estado y está en boca de algunos millones de ciudadanos. Y encima no tienen conciencia alguna de lo cometido, como si no fuera con ellos. Un caso de magia recreativa que les retrata.
Y algo no tan fácil de compartir como la esperanza: la indignación extrema de finales de 2012 y el primer semestre del 2013 ha pasado a mejor vida. En mi opinión. Se ha desinflado. Dicen que los sueños se han convertido en realidades, en empeños prácticos, factibles... Convengamos, pero un elemental recelo invita a considerar que el famoso «espíritu del 15-M» es un saco de humo que puede utilizarse a voluntad como reclamo publicitario. A la fiesta de las banderas republicanas le ha salido alopecia, notoria, vaya usted a saber si incurable. Hay ambiciones políticas legítimas de las que no se ha vuelto a oír a hablar, cuando menos de una manera clara, como por ejemplo de la forma de gobierno, de la redacción de una nueva constitución, de la reorganización del Estado, empezando por su territorialidad, de la reforma de la policía y las fuerzas armadas, de la judicatura, de la banca... O bien hay asuntos que se dan por supuestos, tal y como están, o su reforma radical ha sido abandonada por el camino en espera de mejores tiempos, que es mucho esperar. Me temo que estamos en el segundo caso. Y esa es una mala, una pésima carrera.