En 1990 promovimos un manifiesto que se titulaba Objeciones a la astrología. Casi todos los astrónomos de este país, los que nos dedicamos a mirar el Universo para entenderlo, decidimos decir que no estaba bien que los periódicos mintieran al colocar los horóscopos como si fueran algo más que un entretenimiento inventado, que no era lógico que la gente creyera que realmente echar unas cuentas de cómo están algunos de los astros en ciertos momentos tiene ningún poder ni para predecir ni para describir el mundo en que vivimos. Por supuesto, nadie nos hizo caso y encima quienes viven de las influencias astrales se querían colocar como si fueran Galileos amenazados por una Inquisición, ahora científica. Manda leches, ellos precisamente, que tenían el método perfecto de sacar dinero a la gente ingenua... Aunque ahora la astrología tiene menos empuje, (salvo en la moda tonta de vinos astrológicos biodinámicos) sigue siendo injustamente popular porque sigue impune.

Es lo que nos toca, ese puede ser nuestro destino implacable: caer una y otra vez en charlatanes, equivocarnos al pensar que como cualquiera puede decir lo que le plazca nadie puede señalar con el dedo al que acaba de decir una estupidez o cometer un timo. Se comprobó en un estudio europeo que, además, las palabras nos confunden: astrología suena científico, mucho más que horóscopo, que es el truco que usan los que venden engañifas inútiles como la homeopatía, el mindfulness, pseudopsicologías humanistas transpersonales y programaciones neurolingüísiticas o reeducaciones auditivas, reikis o auriculoterapias, acupunturas, y así hasta ciento. Hace veinticinco años nos equivocamos: deberíamos haber manifestado nuestra objeción a la tontería aprovechada. No se si aún estamos a tiempo o si es ya imposible (y solo basta con leer el resto del periódico).