Leo que esta semana las vacunaciones contra la difteria se han incrementado notablemente en Catalunya, y de paso también otras vacunaciones del calendario recomendado del que muchos padres y madres abominaban hasta hace nada, siguiendo una moda de desinformación mezclando medias verdades con mentiras enteras. Que la salud es un negocio es algo indudable, que hay interereses empresariales y mucho dinero en juego tampoco se puede soslayar. Hay decisiones en política sanitaria que se toman más por razones económicas que por el compromiso con la salud pública y esto no es una teoría de la conspiración, sino un hecho. El asunto del tratamiento con sofosbuvir contra la hepatitis C, su precio inmoralmente alto y el mercadeo de políticos y opinión pública contra la esperanza de cura de las personas enfermas está aún ahí, y seguirá, como muchos otros temas serios, preocupantes. Y más en un país en el que desamortizando lo público se pone en peligro mucho, no sólo ahora sino en el futuro.

El discurso del miedo a las vacunas ha funcionado porque es guay, natural y con el buenismo de la crítica social, pero se ha aprovechado del efecto rebaño: las personas no vacunadas están habitualmente rodeadas por otras inmunizadas contra esas enfermedades y tienen menos posibilidades de contagiarse. Los visitantes del parque de atracciones de Disney descubrieron sin embargo que cuando globalizas el mundo el rebaño se pierde, y el sarampión puede contagiártelo cualquiera. O la difteria, como ha pasado en Olot. La responsabilidad de quien no se vacuna es propia, pero si se obliga a un menor se trata de una cuestión diferente, y la protección a los menores debería ser tomada en consideración por encima de las modas y la ignorancia. Aunque el miedo no sea una buena razón, ojalá ahora algunos reconsideren cómo están poniendo en riesgo de muerte a sus hijas e hijos.