el pasado sábado pasó algo posiblemente histórico, aunque para saberlo habrá que espera a que el futuro dictamine tal cosa. Yo iba a hablarles de un pequeño aparatito que está en la superficie de un cometa a cientos de millones de kilómetros de aquí, apagado, y ahora ha vuelto a comunicarse. Pero releyendo la primera frase no me cabe duda de que alguno habrá pensado que hacía una referencia (ya no velada) a la constitución de los ayuntamientos de este fin de semana. Que es también algo notable. Me van a perdonar la ligereza, pero me pone más contento la historia de Filé (o Philae) a 35º bajo cero en la superficie helada y sombría del Churyumov-Gerasimenko, donde cayó dando botes el 12 de noviembre. Ahora la máquina ha conseguido recargar en parte sus baterías utilizando la luz solar (afortunadamente no tiene que pagar un impuesto de peaje al ministro ese de las eléctricas) y mandó un saludo a Rosetta, el orbitador que sigue el camino de este cometa conforme se está acercando al Sol. La apasionante historia de Rosetta y Filé nos congregó hace medio año a cientos de personas aquí, en Pamplona, porque estas historias en el fondo tienen (como el cambio innegable en -afortunadamente- muchos ayuntamientos de este país) algo que nos llama a sonreir, a celebrarlas.

Por supuesto, no pretendo establecer paralelismos más allá de la coincidencia en el tiempo, aunque ya reconozco que en mi ánimo este tipo de noticias supone algo muy reconfortante. Incluso aunque abra en el caso local un periodo nuevo y sin explorar. Mientras tanto, como hacen ahora los científicos de la misión espacial europea, habrá que aprovechar para sacar todo el partido a esta nueva situación. Por aquí también hay que airear, barrer, limpiar... y cumplir las expectativas. Porque la vida en un cometa, no me cabe duda, es más sencilla y menos peligrosa.