Yolanda Barcina se va. Pero hace tiempo que se fue. Hace tiempo que vivía de prestado. Aunque ella, como tantos políticos ensalzados por la vanidad propia y ajena, quizás siga creyendo habitar en el cielo de los indiscutibles. Barcina se va sin reconocer su implicación en el sombrío pasado de esta tierra que ha convertido la corrupción en una festival de arte y cultura. Si un día me encontrara con ella, me gustaría decirle: “Yolanda, hay un momento crucial en la vida de uno mismo, una voz te indica que ya no vale la pena fingir. Después de ese momento no hay justificación posible. Eres libre para contarte tu verdad, pero hace tiempo que has sido proclamada enteramente responsable de tu mentira”. Se lo diría porque yo mismo me lo digo de vez en cuando. Y sienta bien.
Barcina se va con el verano, con ese tiempo laxo que invita a la pereza, tiempo de vermús a media mañana, gambas a la plancha y un sol de justicia abrasándote los sesos. Ahora están madurando los tomates más exquisitos y en el pecho de muchas adolescentes ha explosionado un big bang imposible de controlar. Incluso esta ciudad ha bajado su ritmo de confrontación y se prepara para esa fusión entre resistencia y desorden que culmina en un relámpago que descarga sangre , sudor y alcohol.
Barcina se va en verano. Quizás aburrida de sí misma. Para hacerlo más llevadero debería leer El año del verano que nunca llegó, la ultima y portentosa novela de William Ospina y verse de una tacada la primera temporada de True Detective. Pura ficción sin compasión alguna.
Servidor pensaba que tampoco llegaría este verano tan anhelado. Porque después de tantos inviernos tenebrosos, nos merecíamos un verano enrojecido, como el corazón de una sandía que al abrirla estallara proclamando una convivencia menos encabronada. Feliz verano.