Gente normal
la expresión se la encontré hace poco a Elizalde, el korrikolari, para referirse a la gente que de pronto había aparecido en las instituciones. Así que la idea no es mía. Me pareció muy afortunada. Le he dado vueltas estos días y me he dado cuenta de que la gente de esta ciudad, y de otras, estaba sorprendida y contenta de eso, de que la «gente normal», uno de los suyos, uno de los nuestros, estuviera ahí, accesible, sin arrogancia, sin matones, sin violencia, en la calle, representándola. Eso es importante: la gente normal se siente representada. Somos pocos y podemos convivir de manera pacífica. La seguridad ciudadana no es el negocio de nadie, ni en especie ni a modo de fantasma para sacar réditos electorales. La nuestra puede ser una convivencia pacífica basada en algo más que el que tú te calles para que yo hable, o el que tú te hagas invisible para que yo represente en escena la verdad, la autenticidad, la democracia, la ley y la libertad. Podemos dormir sin necesidad de guardar el garrote debajo de la almohada, mejor poner unas hojas de laurel que, según decían los de las brujerías domésticas, tienen el poder de hacer los sueños verdaderos.
La gente normal no ha aparecido en las instituciones, dentro de ellas o a sus puertas, por arte de magia, sino por el empuje popular recibido a través de las urnas, y ahí va a seguir, con ese apoyo. Que esto no sea ni un sueño, ni un espejismo, depende más de nosotros que de ellos, y de una oposición demasiado acostumbrada al juego sucio desde posiciones de gobierno y de fuerza por tanto, y a servirse de las instituciones -ayuntamientos, diputaciones, parlamentos, gobiernos autonómicos...- en propio beneficio.
La gente normal... “¿Y quién es la gente normal?”, pregunta una sombra. “Buena pregunta. Me alegro de que me la haga”, le responde otra. Pues la gente normal a la que me refiero es la que hasta ahora no ha contado para gran cosa, al margen de pagar muy caro su parte alícuota en la farra, la que ha estado proscrita, aunque parezca lo contrario, y sin parecer, esa a la que le han colgado en la espalda un cartel de todo es ETA, de populista, de extremista, de bolivariana, de guerracivilista; esa a la que le han prohibido, denegado, multado, silenciado, desdeñado, no tenido en cuenta... por ejemplo con el siniestro homenaje al regimiento América 66. ¿Recuerdan? No todo es pasado porque de ese pasado inmediato o contra él y sobre todo a su pesar, se ha formado nuestro presente.
La “gente normal” a la que me refiero no es prepotente ni exhibe la arrogancia del que tiene la fuerza a su servicio y solo esto, pide y reclama lo que siente que es suyo y se lo han arrebatado.
Y por lo que se refiere a la fiesta, esa gente que ahora, estos días, toma la calle, no ha tenido nunca la voluntad de convertir ambas en una pasarela de exhibición para ricos. Este era un clamor que, como tantos otros, fue desoído. Quienes han gobernado han hecho lo posible para que todo lo que fuera popular quedara fuera de la calle y de la fiesta, todo, a no ser que se tratara de un espectáculo a su servicio.
La gente normal quiere manifestarse en paz, irritada por supuesto, porque le sobran motivos para la irritación y para la cólera, quiere expresar sus ideas, quiere tener una información veraz de lo que ocurre, quiere documentos gráficos de los abusos que padece y de la violencia policial, quiere defenderse de esta ante los tribunales, quiere tribunales al servicio de todos, accesibles, todo lo que ahora mismo ya se le hurta, a palos para variar y a multazos, con leyes franquistas sin recato. Es precisamente el gobierno del Partido Popular el que está legislando contra la “gente normal” en beneficio de otra gente, de otra clase social, que sin duda se creerá normal, y no solo eso, sino que posee en exclusiva el patrón de la normalidad, como también lo tiene de la puesta oficial en escena del bandarra de profesión, más propia de sastrería a la valenciana que de un país cuyo índice de pobreza solo les resulta apabullante cuando ya no pueden ocultarlo.
Ah, sí, se me olvidaba y no hay tiempo ni espacio. La gente normal es solidaria con quienes menos tienen, con quienes padecen el derribo del estado del bienestar y el enriquecimiento de los muy ricos, y lo es “a cambio de nada”, no “a cambio de algo”, como propone el presidente de Gobierno que lo dijo el otro día, como si fuera el anuncio del “Yo no soy tonto”, con una falta de decoro impropia del hombre de Estado que pretende ser, aunque no dé el pego a nadie, como no sea pagando la publicidad.