“Más de 4.000 niños mueren cada día por enfermedades prevenibles por una vacuna”. Lo leo estos días en los cartelones de Médicos sin Fronteras por Pamplona, bajo el lema: Hay algo que da más miedo que las vacunas: No tenerlas. (Por cierto, si quieres colaborar con la acción de MSF manda un SMS poniendo VACUNA al 28033, sirve de mucho). Vivimos en el lado del mundo en el que las vacunas han conseguido a lo largo de estos años disminuir la mortalidad infantil y erradicar (o casi) enfermedades que diezmaban y marcaban a la sociedad. De niño conviví todavía con la polio, que marcó a otros niños; era habitual contar con hermanos muertos en la infancia por enfermedades que ahora se previenen y curan. No en todo el mundo pasa lo mismo, ciertamente, y el sarampión, la rubeola, la neumonía o la difteria siguen apareciendo entre las causas por las que mueren los niños, junto a la desnutrición y la diarrea.

Pero la muerte de ese niño en Olot hace unos meses por difteria, un caso de contagio en el que la no vacunación decidida por los progenitores fue el factor decisivo, puso de manifiesto cómo en el mundo opulento una creencia aparentemente inocua, la de que cuanta menos medicación mejor, menos negocio inmoral y menos intoxicaciones, es peligrosa y mortal. Tengo en mi entorno a buena gente que sin embargo sigue siendo antivacunas, y no han querido reconocer el hecho cierto de que las vacunas curan y la no vacunación te expone a la muerte. No es una cuestión de opiniones o controversias interesadas por el mercado farmacéutico, sino de querer solamente hacer caso a los gurús de la pseudomedicina o la paraestupidez manifiesta. No hay remedio porque somos tontos, ignorantes y pecamos de orgullosos. Al menos, manden ese SMS al 28033 para que en el mundo pobre puedan salvarse: allí las creencias son otra cosa. Y los miedos.