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Le Grand K

fue cosa de la Revolución Francesa la idea de establecer oficialmente un sistema de unidades común para todo el mundo. Y ciudadano, podríamos añadir, basado en criterios de la ciencia y no en arbitrariedades por muy antiguas o veneradas que fueran. El sistema métrico, que aún no se ha implantado en todo el mundo (lo que dice mucho de cómo los humanos preferimos dejar la razón de lado en cuestiones fundamentales) no fue realmente proclamado hasta casi un siglo después, porque incluso una buena idea puede ser de ejecución complicada. Los problemas científicos para hacer las medidas necesarias exigieron gran dedicación y trabajo de las más importantes mentes. El metro fue una longitud de un péndulo que oscilaba en 2 segundos, luego se pudo medir la diezmillonésima parte de un cuadrante de meridiano... y luego se usó una oscilación atómica. El segundo también debió esperar a relojes atómicos para mejorar la precisión de las observaciones astronómicas. Hace casi medio siglo se establecieron las magnitudes principales y las derivadas a partir de fenómenos físicos y no dependientes de artefactos almacenados en una cámara de seguridad.

Pero el Kilogramo se ha resistido y sigue siendo “el Gran K”, un cilindro de platino e iridio que por muy celosamente que se conserva desde hace 126 años, y otras copias realizadas posteriormente... ¡que ahora pesan todas diferente! Cierto que son microgramos de materia que ha quedado adherida o que se ha perdido en las limpiezas en algún caso. Finalmente este año se podrá adoptar una definición teórica que no será dependiente de un artefacto. No saben la cantidad de dinero y de esfuerzos que se están empleando para poder conseguir ese nuevo Kilogramo. Pero es importante: la revolución no podrá finalizarse sin un patrón diferente.