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Cánceres cárnicos

con eso de que llevamos una sociedad del vértigo y el espeluzne, en la que la noticia debe llevar un titular llamativo y exageradamente provocado, buscando sobre todo ser repetida, comentada airadamente, zarandeada en la cara del enemigo (quien sea) o gritada en todos los foros con indignación (por lo que sea) cuanto más vehementemente mejor, no nos debería extrañar lo que ha sucedido con el anuncio de la Organización Mundial de la Salud de que carnes procesadas y carnes rojas son agentes carcinogénicos: que queda probado que su consumo aumenta el riesgo de ciertos tipos de cáncer. Unos días después del disparo de salida del mogollón (entre partidarios y antagonistas, incluyendo a los sorprendidos y a los del “no sabe, no contesta” que esta vez también se hacían cruces) la OMS tuvo que matizar y recordar que el consumo moderado de carne sigue reduciendo el riesgo de ciertos tipos de cáncer. Como era previsible, para entonces ya nadie hacía caso...

¿En qué quedamos entonces? La comunicación de un resultado científico en temas de salud, sea tanto el peligro de algo como la promesa de éxito de una terapia o el hallazgo de un mecanismo de acción es siempre difícil. No entendemos bien las sutilezas de la estadística y por ello solemos pensar que con ella se nos miente más que otra cosa. No diferenciamos entre que algo se sospeche o que sea probado o que sea razonable o que simplemente porque como nos asusta sea conveniente ponernos en alerta vigilante. La carne no era peor la semana pasada de lo que lo es ahora; simplemente las pruebas de la ciencia han permitido entender mejor que en esto tampoco salen las cosas gratis. Y que el riesgo cero no existe.

Pero a los humanos nos asusta tener responsabilidad y conocimiento. La ignorancia nos mantiene felices, tonticos pero contentos.