Hace poco le he leído a Mikel Belasko, gran experto en toponimia, un artículo muy interesante sobre el origen del nombre Aezkoa. Belasko explica que Aezkoa no significa otra cosa que el conjunto de los aezkoanos o bien tierra o lugar de los aezkoanos. Vendría de aetz, que es como se les ha denominado desde antiguo a los aezkoanos en euskera y el sufijo -oa, que tiene un valor de carácter colectivo. Así, mientras en castellano el gentilicio aezkoano se genera a partir del topónimo Aezkoa, en euskera es al revés: son las personas, las que dan el nombre al lugar que habitan. Lo mismo ocurre con Gipuzkoa conjunto de guipuzcoanos o Nafarroa conjunto o tierra de navarros.

Estos son conceptos enraizados en lo más ancestral de la historia de la humanidad, cuando no había ni mapas, ni mugas, ni comunidades propias y diferenciadas. Cuando lo que marcaba la identidad de la persona no eran las coordenadas del punto exacto donde había venido a nacer, sino lo que le transmitía su tribu, su comunidad. Pero los sentimientos son difíciles de controlar y por eso ahora se hace lo contrario y se le inculca a la persona el amor por el territorio en el que ha nacido según la legalidad vigente y punto. Y se refuerza con un himno, una bandera, un santo patrón y los colores de un equipo de fútbol. Lo demás es antisistema. No se entiende ni se quiere entender. Por eso algunos jamás aceptarán la existencia de Euskal Herria, la tierra del euskera, ni entenderán que una persona se defina primordialmente como euskaldun. Sin embargo esas mismas personas, curiosamente, no muestran ni el más mínimo reparo ante conceptos como Latinoamérica, latino o la cultura anglosajona, por ejemplo. En fin.