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El ruido de las botas

De una noticia a otra, casi todas malas; bueno, todas no. El anuncio de la interposición de una querella por parte del Ayuntamiento de Pamplona sobre los crímenes del franquismo, no es mala, al revés, resulta esperanzadora. Otra cosa es el alcance procesal que vaya a tener la querella, pero cuando menos sirve para mantener viva una reclamación nunca satisfecha, de cuyo silenciamiento la derecha española ha hecho bandera negándose a condenar el golpe militar de 1936 y el régimen que provocó los crímenes, hasta hoy mismo.

De la barbarie del pasado, de ayer mismo, a la de hoy y de mañana, es decir, a la barbarie yihadista. ¿Qué hacemos con ella? No sabemos, no lo sabe nadie. Tropas, ruido de botas, alardes bélicos, aviones... más matanzas, de segunda estas, en un lugar y en otro. Ni siquiera sabemos con certeza lo que está realmente en juego allá lejos. Hablamos de impedir que se sigan cometiendo atentados en nuestro territorio, que es lo que nos tiene más o menos intimidados, indignados de manera manifiestamente desigual, pero nos asusta la palabra prevención porque sabemos a dónde conduce. ¿Prevención? ¿Cómo, hasta dónde alcanzan las medidas preventivas? No hay duda: hasta la vigilancia completa que haga de todos nosotros unos sospechosos permanentes sin amparo judicial que nos valga.

“Nadie que no tenga nada que ocultar tiene nada que temer”, dicen los más satisfechos. Al revés. Para empezar, yo siempre temo lo me pueda hacer quien me dice tal cosa porque tiene la misma cara que quien, ante los atropellos, asegura “algo habrá hecho”. No hay nada que me haga pensar que no vamos hacia un estado de excepción permanente, un estado de excepción parlamentario a juego con el régimen policiaco ya instaurado. Con yihadistas o sin ellos. La patria está en peligro, hay que esconderse.

A propósito de yihadistas. Habla el candidato Pedro Sánchez sobre Podemos y el pacto antiyihadista, y con el aplomo que le caracteriza dice: “Tienen que explicar por qué no se quieren unir”. El falangista de Ciudadanos por su parte sostiene que no se puede ser presidente de este país al margen de ese pacto policiaco de pliegues y repliegues que desconocemos. Aquí desconocemos mucho, sobre todo lo que traman en propio beneficio quienes nos someten y dicen que nos gobiernan. No, golfos, no, los de Podemos, al menos en ese extremo, no tienen nada que explicar, en otros sí, como todos, pero en ese no. Quien tiene que explicar por lo menudo por qué quiere que otros secunden sus oscuros proyectos más autoritarios que democráticos es Pedro Sánchez. Una pregunta, para el caso en que llegara a ejercer algún poder político: ¿Va a derogar de inmediato la ley Mordaza si llega la poder? No lo creo, esa ley como otras del Partido Popular les benefician. El aparato legal del régimen está bien armado, es sólido; desmontarlo, una pesadilla.

En el fondo son más policíacos y militaristas que pacifistas: les van las guerras de agresión. Nunca les he visto protestar por abusos como el que acaba de padecer un manifestante de los del “rodea el Congreso”, víctima de un juicio vergonzoso que escandalizaría en cualquier país que tuviera un mínimo de respeto por la justicia y condenado a una dura pena de cárcel y a una multa asombrosa. Explicar por qué no protestan contra los abusos policiales y judiciales, y el goteo imparable de los desahucios. Están con los abusos, los sostienen, es su sistema democrático.

Otra pregunta: ¿qué tiene que decir el flamante candidato socialista de las víctimas de la represión franquista entre las que había militantes de su partido “de aquel entonces”, no del de ahora? Vaguedades. Nada que no hayan dicho, con más riesgo, otros que no piden votos a cambio. No son de fiar, no, no lo son, ya no. Su complicidad manifiesta con la derecha les ha desgastado. El futuro podría haber sido el del cambio, pero con el concurso del candidato Pedro Sánchez ese cambio social y político tan necesario está abocado a más de lo mismo o a algo peor.