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COP21

Repito una vez más: lo del clima necesita de una verdadera revolución. Hoy en París comienza la llamada una vez más cumbre del clima, y de nuevo, como ha ido sucediendo en las previas y fallidas cumbres después siguió la cuesta arriba como si nada. ¿Se conseguirán esta vez compromisos para que la temperatura global no suba más allá de 2 grados este siglo? Ahora han inventado un truco para quedar bien: cada país se comprometerá en lo que quiera comprometerse. Así todos podrán firmar un acuerdo que, sin embargo, será mucho menos de lo necesario. Pero se podrán sacar la foto ante una ciudadanía que ya comienza a fruncir el ceño ante los cambios percibidos y el futuro que se avecina.

Lo triste es que no hace falta ser adivino hacer la crónica de lo será la COP21 de París. Salvo unos pocos (aunque poderosos e influyentes) negacionistas, que han dado por perdida la batalla de negar la mayor y señalar para otro lado, criminalizando con juicios de intenciones a los científicos del clima, ahora lo que pasa es algo tan humano como peligroso: el futuro, por más que se prevea sombrío, llegará mañana; queda para el curso que viene. Por eso quien más quien menos se rascará el bolsillo, consultará a sus asesores, pensará que si todo fuera bien sería estupendo cambiar el paso y olvidarnos de la dependencia de los combustibles fósiles, reeducarnos para hacer de la sostenibilidad algo más que buenas palabras. Y luego dirá que no puede comprometerse más allá de unas migajas de presupuesto, y poco más. Que bien saben que las restricciones no dan ni dinero ni votos. Es más fácil hacer desviar la mirada a otros problemas, como el terrorismo, que es más instantánea la percepción de su riesgo. El calentamiento es algo más difuso y siempre podemos decir que lo intentaremos... en la medida de lo posible. La hostia.