COP21 (segunda semana)
la cumbre del clima es algo tan serio que no me extraña que apenas ocupe ya unas pocas noticias en los medios. Es puente de puentes, con lo que la mitad de la población está por ahí aprovechando la salida de la crisis, y los otros hacen turno para ponerse de rodillas en una exposición de arte, posiblemente la mayor performance subvencionada por los católicos sin contar las giras de los Papas. Los pocos que quedan hacen acrobacias para no coincidir en la tele con algún programa en el que las caras monas de los candidatos a presidente hacen yincana superando las pruebas de variado grado de humillación y estulticia, habida cuenta de que el votante lo que necesita es saber quién va a ser más guay (hemos decidido ya que todos mentirán o algo así, con lo que lo del programa es lo de menos). Por eso, entre famoseo, postureo y jubileo el futuro de nuestro planeta queda necesariamente en un segundo plano.
Las noticias de París quieren presentar un ambiente optimista tras los primeros días de pomposas declaraciones y hasta hay un borrador que recuerda lo que intentaron hacer en Lima hace algo más de un año, en la COP20. Vamos bien entonces: casi parece lo que hace cinco años estuvieron a punto de comprometerse los 190 países en Copenhague en la COP15 pero no pudieron. Por supuesto, la memoria es frágil y es comprensible que olvidemos que también hubo COP16 en Cancún, COP17 en Durban, COP18 en Doha y COP19 en Varsovia. (Por si tienen curiosidad, COP22 será en Marrakech).
Año a año las conclusiones de los expertos en clima, de los analistas en ciencia y en economía han caído en el limbo de la indefinición de los políticos (que atienden todos más a sus intereses y a los de sus empresas y deudores). Y París puede ser diferente, pero ya ha pasado una semana y siguen con lo mismo. Atentos que el día 11 dicen que tendrán la solución.