La voz de su amo
Qué dijo el Borbón, qué no dijo. Lo ignoro porque no perdí el tiempo escuchándolo, no es necesario, es todo tan previsible, tan monótono, tan sabido... no sirve ni para hacer apuestas sobre lo que va a decir o a dejar de decir. Además, lo ecos te llegan quieras o no. El Borbón no es el oráculo de Delfos, sino La Voz de su Amo, en la medida en que, como muñeco de ventriloquía, no tiene voz propia, habla de lo que al Gobierno le interesa que hable, hace propaganda política gubernamental disfrazada de un afable o severo discurso paternalista, ambientado de manera insultante para el perdedor o el vencido.
El Borbón, en su solemne puesta en escena versallesca, no encarna el bien de los españoles, algo que solo escribirlo te hace estallar en carcajadas, sino que apoya la política del Gobierno más infame que ha tenido este país desde el franquismo. El Borbón dice lo que le hacen decir y por ello cobra tanto o más que un artista de Hollywood. El objetivo de la mojiganga no es otro que satisfacer y halagar a los creyentes y a los incautos, o engañar al que no sabe, esa obra de misericordia a la contra, obra de crueldad digamos, tan habitual en los últimos años con la institucionalización de la mentira como arte de gobernar. Una especie de Dios padre bondadoso, representación del Estado que está por encima de las contingencias de los habitantes, a la manera de aquella película de dioses antiguos en la que estos, desde el Olimpo, jugueteaban con los humanos que, pequeñitos, correteaban de un lado para otro bajo sus atentas miradas y al ritmo de sus humores y caprichos. Así lo veo, así lo digo, callarlo sería reverencia, algo que estoy muy lejos de sentir. Lo veo como algo tan inevitable a fecha fija como prescindible.
Más peligroso, por malévolo, es el ventrílocuo, es decir, el siniestro artista de variedades que se agazapa entre bastidores y que muchas veces ni siquiera sale a escena, no se le ve, como sucede en algunos espectáculos del Bunraku japonés, pero lo conocemos bien, porque lo hemos padecido y porque ahora mismo tenemos miedo de seguir padeciéndolo, para siempre como quien dice, si las alianzas políticas o una nueva tirada de urnas no lo remedia. Así que en estas condiciones el sermón del monarca, no de la monarquía borbónica, sino de la franquista, suena a cencerrada, a regañina que oculta las propias vergüenzas de las que el actor es cómplice a sabiendas, porque cobra por ello: paro, pobreza, abusos, recortes sociales peligrosos, falta de libertades o amenaza de estas, saqueo institucionalizado, todo lo que venimos denunciando desde hace años un día sí y otro también... es decir, una pomposa función de falta de credibilidad que, encima, hay que escuchar con reverencia porque es una convención social hacerlo. Ignoro cómo puede escuchar esa ristra de banalidades agresivas quien no tiene medios para encender la calefacción, algo que en otra fecha y lugar es estadística, pero ahora demagogia. No hay trago navideño que te haga pasar este polvorón de borra venenosa.
¿Qué puede decirnos un representante del Gobierno después de cuatro años de desgobierno y de abusos? Patrañas es posible, pero de nuevo nada y menos ahora, de cara a hacerse de nuevo con las riendas del Gobierno de la manera que sea. En estas condiciones, cualquier representante del Gobierno del Partido Popular, y el Borbón lo es, no puede expresar otra cosa que la burla de ese ciudadano que corretea y sobrevive como puede, más víctima del Estado que beneficiario de este. En estas condiciones insisto, al hilo de unas elecciones en las que ganaron los que apoyan la corrupción y el abuso, cualquier intervención de un representante del Gobierno es por fuerza sectaria y partidista, no está dirigida a todos los españoles como pretende uno de los discursos políticos de la rueda de molino nacional, y si lo está, lo es en la medida en que su objetivo último no es otro que tener sometidos a los que no creen en las palabras de quien mueve los hilos, ni en las de la marioneta y que verían con gusto que esta desapareciera en aras de un verdadero cambio de régimen. No se trata de acabar con el bipartidismo o no solo, sino con el régimen, con el modelo de Estado, con sus teatros, teatrillos, guiñoles y mojigangas navideñas.