La tenaza del limaco
Un pariente (lejano) escritor que tuve dejó dicho que en tiempos de borrasca salen a pasear los limacos. Él hablaba de masones y de revolucionarios, de modo que vamos a dejar a un lado que todos somos el limaco de alguien, pero el caso es que no puedo menos que acordarme de esa frase rancia, de otro tiempo, en este nuestro en que resuenan los tambores de “la patria está en peligro” y de “la sagrada unidad de España” y otras zarandajas de la monstruosa industria que es la política nacional -y autonómica, no nos engañemos- para una amplia casta social que del empobrecimiento de amplios sectores sociales ha hecho el negocio de su vida. Qué tosco además resulta, y qué pobre, referirse al reino animal en busca de representaciones de lo que nos resulta dañino, hostil, ridículo o repugnante, pero aquí citamos a un escritor de otro tiempo. Con todo, insisto, qué culpa tendrán los limacos en su mundo invertebrado y su extraordinaria morfología, de que en la vida pública haya gentes que nos resultan dañinas y repulsivas a límites de asco.
Olvidemos por un momento que donde esta gente dice patria quiere en realidad decir cuenta corriente o ganancia ilícita, o moderadamente fraudulenta o indecorosa, pero amparadas siempre por una bandera sagrada, intocable, cuya burla puede llevarte a la cárcel, y tal y como están las cosas, la que a ellos dirijas, también. Es mucha patria y más bandera la suya, y su honor particular no digamos, propio de un drama calderoniano, de una españolada romántica con olor de fondo a Machaquito de cuarto de banderas. Los que no participamos de esos arrebatos circenses solo somos gente sin patria, ciudadanos de segunda, sea, que solo estamos para aplaudir y marcar el paso.
Hablarán los tribunales, dicen, cuando les pillan con las manos en la masa, pero cuando hablan parece que algunos juzgadores también son de la banda de los patriotas, porque los patriotas son banda armada y bien armada, aunque no siempre se ensucien directamente las manos y tengan matones a su servicio en abundancia.
Los patriotas, cuando sienten el negocio privado en peligro, y dado lo limitadísimo de su cultura democrática, se encampanan y si las cosas pasan a mayores se alzan en armas o buscan la manera de aplicar una tenaza política, un cepo tan legal como de intención fraudulenta, a quienes ven como un peligro, como está sucediendo ahora mismo con la alianza nacional que busca el Partido Popular con una repugnante complicidad socialista.
Oyendo a un Felipe González -todo un modelo de desvergüenza y de jugador aventajado de trile- y a quienes comparten con él la grotesca voluntad de “salvación nacional”, paladines de su propio patrimonio, me da la impresión de que “la sagrada unidad de España” les importa en el fondo un carajo, que no es más que una altisonancia de mojiganga, buena para arengas cuarteleras, porque lo que de verdad les inquieta es el avance de un proyecto social y político que puede cambiar el modelo de Estado, su composición territorial y política, y poner en marcha políticas sociales y económicas que ellos han destruido.
No se trata por tanto de buscar una alianza que impida la ruptura de la unidad nacional (de la que en el fondo solo ellos hablan), sino de asegurarse las riendas del negocio en todos sus aspectos: mediáticos, académicos, policiales, judiciales, económicos, religiosos... no nos olvidemos de este aspecto porque en la tenaza también están participando algunos obispos, desde su posición de preeminencia y de conductores de conciencias (para una parte de sus feligreses), y también ellos sienten en peligro su propia patria -las ventajas que les otorga el Concordato y otras- y se adhieren a ese frente tenaza que está urdiendo la derecha y que amenaza cualquier cambio democrático con vistas a un cada vez más temible régimen autoritario que configure una sociedad de ganadores y de perdedores sin remedio, de amos y de siervos, de vencedores y de sometidos, acogotados, asfixiados, gente condenada a vivir alcanzada, a ser explotada y eliminada. Ese es su proyecto de mundo más que de régimen político. ¿Limacos? Pobrecicos los limacos.