Podemos es la segunda fuerza política navarra en las Cortes Generales (2 diputados y 2 senadores: la única que ha quebrado el bipartidismo clásico de la representación navarra más allá de lo testimonial) y la cuarta en el Parlamento foral (7 escaños). En las últimas elecciones generales, a 3,5 puntos y doce mil votos de UPN-PP. En las autonómicas del año pasado, ligeramente por debajo de Geroa Bai y Bildu, con sorpasso apretado al PSN. Al PP le sacó diez puntos y treinta y tres mil votos. Corta vida, poderosa irrupción. Solo CDN había debutado con tanto vigor en la cámara legislativa territorial, pero se trató de una escisión de UPN con el cautivador y brillante Juan Cruz Alli al frente. Aquella experiencia de gobierno tripartito (1995) -PSN, CDN, EA, con el apoyo parlamentario de IU- pudo suponer un cambio de rumbo en la política navarra, pero, tras la revelación de una cuenta suiza con la firma del presidente Otano (PSN), UPN y la gestora socialista se encargaron de hacerlo efímero. Desde entonces, UPN ha mandado en Navarra y el PSN se ha dedicado a apuntalarlo siempre que ha hecho falta. Por las mismas, CDN desapareció. Podemos tiene una gran responsabilidad, preñada de dificultades internas y acuciada por hostigamiento externos. Los partidos políticos convencionales disponen de cuadros con ambición personal, de militantes disciplinados y de votantes bastante leales. Conciliar lo asambleario con una mínima estructura orgánica de síntesis y con la actuación en asientos institucionales, es mucho más complejo. Podemos se gestó a partir de un componente social irritado. Capacidad de convocatoria de indignados y de amedrentamiento de los residentes en el compadreo político. Navarra demostró personalidad propia en sus primarias. El resultado contrarió las previsiones. Insertarse en el sistema y mantener la frescura fundacional produce rozaduras. El proceso de renovación abierto es un desafío. Para no desmovilizar por decepción.
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