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Cosas de la ciencia noble

Los premios Nobel de ciencia ya han pasado a mejor gloria (me refiero a que ni recuerdan ya a quiénes les concedieron el galardón y pocos recuerdan de qué iba la investigación que condujo al premio). La concesión del de literatura a Dylan (¡grande!) ha sido el elemento novedoso. Cierto que la ciencia permite entender cómo nos sentimos más identificados con Dylan, con permiso de Jorge Nagore, y lo percibimos más cercano que los galardones de ciencia. Feringa, Haldane, Kosterlitz, Oshumi, Sauvage, Stoddart o Thoules no son culpables de que seamos humanos. Sumando los de la paz y economía, tenemos en total de once premiados. Todos varones: la mujer sigue desaparecida. La estadística de más de un siglo de premios muestra que cuando uno es uno, caucásico y trabaja en Estados Unidos lo tiene más fácil para el Nobel. Un 5% de mujeres, por cierto, un porcentaje parecido al de africanos en el palmarés. No será peor que en otros ámbitos, pero es muestra de que las cosas tienen que cambiar.

El cóctel de racismo y sexismo que pervive en nuestra sociedad resulta aún más duro de entender en la ciencia, quizá porque esta es ante todo razón y crítica, además de fidelidad a la realidad. Pero es así, y aunque en las grandes declaraciones se siga expresando el compromiso por el cambio todavía se hace preciso recordar que la estadística histórica repasa las cosas que pasaron antes, incluyendo las que se hicieron mal antes. Y que se puede cambiar, aunque exija cambios radicales y políticas nuevas. Aunque viendo lo que pasa, permítanme dudarlo: el otro día una periodista científica hizo notar en Twitter lo de la ausencia de chicas en los Nobel y sólo con eso unos cuantos energúmenos (haters les dicen), que desde luego no publicarán un artículo científico que cambie el mundo, ya ladraron ofendidos. Así nos va.