Corre el tiempo de las necedades con empaque. Para muestra, un botón: Susana Díaz, para justificar su indecente apoyo a la continuidad del gobierno corrupto de Mariano Rajoy, dice que se debe a que no hacerlo es para España un desafío a su esencia como nación. Toma estadista. Ya estamos con las esenciales esencias a vueltas, lo sagrado y lo intocable, lo indecible y lo inefable, como últimos argumentos de la política. Y sobre todo ya estamos que basta con decir cualquier cosa porque la ciudadanía, ya domada con engaños y empujones, no se merece más. Ya tenemos a otra que está en posesión de la clave y cifra del misterio sagrado. ¡Oh! ¡Ah!
No es que crean que tratan con débiles mentales, sino que tienen el poder de su parte y la fuerza; y saben que hay personas con derecho a voto que votan esto: poder y fuerza, que son asuntos que gozan de una alarmante salud, por no decir los únicos que la tienen, nada comparable a la sanidad, la economía de los más débiles y esos derechos constitucionales que el Partido Popular ha convertido en papel mojado.
Demos por perdidas las posibilidades de un gobierno de cambio. El Socialista -a su dirección en la sombra me refiero sobre todo y su trama feudal- es un partido que ha perdido la vergüenza, que se cisca en sus votantes, militantes, que dicen No de manera inútil, y simpatizantes, y sobre todo en una población que necesita un cambio social y político que ellos no están dispuestos ni a dar ni a permitir. Esto al menos lo han dejado claro: no son los representantes de la clase trabajadora sino de la oligarquía a la que sus dirigentes, por sus fortunas personales o gorronería social e institucional, pertenecen.
Entre otras cosas de mucha sustancia, Susana Díaz, apoyando la investidura de Rajoy, apoya con descaro el saqueo del fondo de pensiones y con sus votos se hace cómplice de él, al margen de todo el sistema económico del PP y su organización cuasi mafiosa, como se va viendo.
Hemos olvidado que estamos en un régimen policiaco amparado por la ley Mordaza, que la trama de las corrupciones ligadas a la política es de una amplitud difícil de conocer, que la libertad de prensa está en manos de gente como Cebrián, que los desahucios y recortes sociales van a más...
Hemos olvidado mucho y, a poco olfato que tengas, puedes advertir que el lector que fue indignado ya no quiere ya oír hablar de esto, porque está exhausto y su capacidad de rebeldía se ve reducida a la mínima expresión, al chirrión de las redes sociales. La imposibilidad del cambio es algo que ni siquiera se nombra, desde la impotencia o desde la autocomplacencia.
Hemos olvidado quiénes son los amos y quiénes en esa condición actúan. Por eso se presentaron González y Cebrián en la universidad, a sermonear y a avasallar con palabras de poder, por eso tuvieron el escrache que tuvieron. ¿Qué se esperaban? ¿No les basta con sus periódicos y sus medios de comunicación hechos rodillo de disidencias? Están convencidos de que sus desmanes no van a tener respuesta, de que no pueden tenerla, porque ellos manejan los hilos del poder. Se sienten los dueños de la calle, de los medios de comunicación y de las trastiendas del Congreso, y se extrañan de que salgan a escena respondones. Esa pareja de fules no puede darle a nadie lecciones de libertad de expresión.
La investidura de Rajoy es la garantía de que las cosas van a seguir como están... o peor. Y siento decirlo, porque me gustaría verlo de otra manera, pero en esta legislatura se han sentado las bases de un régimen policiaco-autoritario en defensa de capitales transnacionales, con una dejación sistemática de la soberanía nacional que acabará adobada en mendicidades -primero se dejan robar la cartera y luego le piden limosna al ladrón-, y el sometimiento de la clase trabajadora con unos sindicatos incapaces de defender derechos elementales y declarar una huelga general con resultado de verdad positivo.
Resulta demasiado fácil decir que tiras la toalla. No te puedes desentender así como así, por mucho que creas que tu voz y tu voto valen poco (o menos que eso). No hay que dejarles en paz y quienes tienen asiento en el Congreso, nos gusten mucho o poco, tienen la obligación de hacer oír en ese escenario la voz de los que allí los han puesto, sin pactos, componendas, blandenguerías de cambios tranquilos, y sobre todo con ruptura.