Todos santos
La celebración de todos los santos, dicen los más píos, está siendo pervertida por esa parada de monstruos y zombies bailando alegremente por las calles: esto es Halloween. Como siempre, las más conspicuas voces nacionalcatólicas se duelen de esa paganización un tanto demoníaca de una fiesta que, en ese cosmos de ordeno y mando al que les gusta dirigirnos, realmente era la estantigua, ese coro de almas más o menos en pena a quienes los rezos y la compasión bien entendida (la que empieza por un generoso óbolo) dirigirían a su destino prefijado por su conducta. Como el karma, pero en bíblico, porque en el fondo lo difícil es distinguir unas creencias estúpidas de otras no menos estúpidas, que casualmente son calcadas a las creencias consideradas tan respetables que incluso a los representantes de nuestro estado no confesional hacen procesionar de vez en cuando vestidos de gala. Es como llamar running a lo que antes fue footing. Aunque nadie entiende por qué nunca nadie dijo: correr. Y punto.
Pues con all hallows’ eve igual. No sé si la tontería celta lo era más que la cristiana ni si una viene de la otra o al revés; ni ya puestos si cualquier aditamento a la fiestecilla pasado mitad y mitad por Hollywood y por el Corte Inglés empeoró o cambió algo la cosa. En confianza tampoco entiendo qué forma de transustanciación pueden tener los restos de la quema de un muerto y su ataúd que los hagan objeto de especial consideración y cuidado por el Vaticano. Ni si a partir de ahora en Halloween se pondrá de moda incorporar cenizas humanas solo por hacerse notar. Todo sea por las almas, a las que impepinablemente habrá que salvar. O enviar a la condenación eterna. Mientras tanto, los desalmados miramos cariacontecidos esperando que pase todo esto.