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Bocazas y responsables

Esta semana veía cómo la presidenta de la Asamblea de Extremadura consigue que todos los diputados electos voten y vuelvan a votar, empeñada en un absurdo empate inexistente. Las redes han hecho mofa y befa (ciertamente justificada) de doña Blanca Martín, aunque no de los 64 diputados que votaron dos veces sin tener que hacerlo. En cierto modo la estupidez es un fenómeno muy cercano al de la genialidad, y a veces resulta difícil discernirlo adecuadamente. Veía ahora (tarde del domingo) las declaraciones del alcalde de Alcorcón, David Pérez García, y sus justificaciones posteriores ante un discurso que ofendía no solo a las feministas, ni siquiera solo a las mujeres sino a cualquiera que estuviera escuchándolo y veo que una vez más casi nadie se extraña de que el público de la sala no se levantara diciendo “pero qué gilipollas, me voy” (confieso que es algo que yo mismo me he abstenido de hacer demasiadas veces; cierto que la única vez que me atreví, con Sánchez Dragó al habla, me quedé mucho más a gusto de lo que había pensado).

Y así hasta ciento: ¿en qué medida somos cómplices, y por lo tanto corresponsables, de que servidores públicos (los electos lo son, no otra cosa por más que se lo crean) puedan ofender de esta manera la razón y en cierto modo la decencia sin que se les exija una rectificación, acaso el cese en su puesto? Comprendo que el mundo está lo bastantemente jodido como para pensar que a lenguaces y lenguaraces se les debe permitir cierto margen, incluso cuando al representar democráticamente a miles o millones de ciudadanos llenen directamente de mierda a todos ellos con sus discursos memos y vergonzantes. Pero empieza a hacer falta que esto conlleve más que un descojono general en Twitter o por WhatsApp algo más serio. Un poquito de responsabilidad en la gestión de la res pública, por favor.