Acto genérico
me busco y me encuentro. Me releo y me traduzco. “Dicen que todas las muertes son iguales. Cuántas veces lo hemos oído en los últimos años. ¡Qué inmensa mentira! No son iguales las muerte del que, en un enfrentamiento cara a cara, es derribado por el fuego del adversario, y la del que pasea con su hijo pequeño la mañana del domingo. No son iguales la muerte del militante que lleva un arma en el bolsillo y la del manifestante sin tan siquiera una piedra en la mano. No son iguales la muerte del que tiene un plus de peligrosidad y la del quien cuyo único plus es el propio peligro. Todas son deplorables. Todas son lamentables. Pero no todas conmocionan por igual nuestras almas”. Recordé ese párrafo, publicado hace diez años, al leer la crónica del homenaje de las instituciones navarras a las víctimas de la violencia policial y parapolicial celebrado el sábado. No existen niveles para el dolor que produce la muerte injusta de un ser querido. Pero las circunstancias de cada caso hacen que sí los haya en el nivel de responsabilidad personal ante la propia injusticia sufrida. Excepto para la derecha, convencida de que sólo sus muertos son dignos de respeto, el carácter inexorablemente igualitario de la muerte tiene en nuestra cultura un natural efecto absolutorio sobre los difuntos. Más aún si se trata de gente a la que se le ha arrebatado la vida de forma violenta. Ha ocurrido con las víctimas del terrorismo y ocurrió el pasado sábado, no sé si de forma voluntaria o involuntaria para los organizadores, con los muertos del otro bando. Las instituciones navarras debían ese reconocimiento a una gente hasta ahora ninguneada y silenciada. Se había anunciado para ello un acto genérico, sin listas de nombres. Nadie podría acusar a nadie de meter en el mismo saco casos no tan equiparables. No ha acabado siendo así y estamos donde estamos.