Belleza robada
La frescura de la belleza el minuto antes de la consciencia de serlo y la seducción de la intelectualidad cuando se ha aprendido a utilizarla. Un encuentro demoledor. A mediados de los noventa Bertolucci regresó a la abundancia generosa de su Toscana y a la luz de las tardes de verano remojadas en el agua de una alberca. A las pasiones en un entorno esteta y un punto decadente. Lo hizo con Belleza robada. De dos horas de película me quedé con las tres conversaciones entre Liv Tyler y Jeremy Irons. El subtexto era brutal. Expectante y deseando reencontrarse con el chico que había conocido veranos antes, una joven norteamericana aterrizaba en el Mediterráneo. Un escritor terminal compartía con ella confidencias sobre la vida, el amor y el sexo relajados por la neblina de la marihuana. La flor y el pergamino.
Del estío en la Toscana al de Castejón. Un hombre se dedica durante dos meses a enviar mensajes por WhatsApp a su sobrina de 14 años. Que no es una mujer, ni una joven. Es una niña de 14 años. Porque aunque a esa edad fumes y te tomes tus primeros tragos de alcohol de 6 y de 40 grados en la convicción intocable de creerte adulta, eres una niña. Y algún tipo de tara genética debe de transmitirse a través de los cromosomas XY para que un hombre piense en términos sexuales en su sobrina de esa edad. Y no sólo piense, se lo haga saber vía móvil a través de vídeos y fotos pornográficas mientras le pide imágenes en pijama. Juzgado de lo Penal, 8 meses de cárcel y mil euros. Me resulta una miseria por el daño que ha podido causar y por la belleza que ha robado a la adolescencia de una niña. Liv Tyler era mayor de edad y lo que protagonizó, una película.