albert Rivera, presidente de Ciudadanos, ha realizado su primera visita a Pamplona. Las plazas pequeñas y donde apenas se tiene cartel, se dejan para fuera de temporada. ¿Para inaugurar el monumento a los Fueros? ¡No! ¿Para incorporar la matrona que los sostiene a su cuota femenina de dirigentes? Tampoco. La nueva sede local está recién inaugurada. Ya tocaba una visita de cortesía. Domicilio social en la plaza del Castillo, cerca del Parlamento Foral (donde aspiran a estar dentro de un par de años) y del Palacio de Navarra (objetivo: ser determinantes en la constitución e influyentes en la gestión de otro gobierno). Jacobinos centralistas junto al pasaje de la Jacoba. En el centro urbano, aunque la formación se haya escorado aún más a la derecha ideológica con su nueva definición congresual. Tras una fugaz mirada al espejo del narcisismo político -“Ciudadanos es el mejor grupo parlamentario que hay en el Congreso de los Diputados” y “En Navarra somos más necesarios que en otras comunidades autónomas”-, Rivera contuvo su predicada fobia a nuestro régimen fiscal. Se acogió a su debilidad y soledad en un cambio constitucional que lo suprima. Cuando la ideología es impotente, pragmatismo: no se aspira a lo que no se puede. La conveniencia, eximente de la coherencia. Las circunstancias templan el rigor. Así hizo con la investidura de Rajoy: del veto al voto. Rivera quiere “sacar del Gobierno foral a Bildu y Podemos” y cortar el paso, en un futuro, a un “cuatripartito nacionalista y populista”. Ciudadanos desea ser la llave de “una mayoría alternativa constitucionalista”. La mayoría de ciudadanos pide, dice, “un gobierno moderado, sensato” (ventrílocuo de Mariano). La multiplicación de derechas españolistas en la Comunidad Foral viene bien al múltiple conglomerado coaligado en apoyo del actual Gobierno. Esparza (UPN) intentó que el partido naranja no se presentara aquí a las últimas generales. En vano. Presión inútil. Juego sucio.