baños, clubes, mesas de cristal y despachos se han quedado sin oler 300 kilos de cocaína, y el alcalde de Bilbao sin escolta. Así se ha cerrado una operación contra el narco que nos ha dejado disecados a los vecinos de la capital de titanio. Porque quien busca encuentra, y los usuarios necesitados hallarán cualquier otra fuente de suministro, pero el señor Aburto? va a tener que mirar con microscopio a quien le prometa seguridad personal. Seis años llevaba el policía municipal detenido por narcotráfico acompañando en las distancias cortas al actual edil y al anterior, el legendario Iñaki Azkuna. Seis años en que nadie había notado nada extraño. Ni la pestaña le temblaba cuando sus compañeros o el propio alcalde hablaban de operativos antidroga. Un tipo curtido y macerado en hormigón. Lo normal en su oficio. Tú sigues Narcos en Netflix -porque si no, eres ya una cucaracha con la que nadie se para ni a pisarla- y no ves despeinarse un pelo de bigote colombiano ni medio lexatín en los bolsillos de Escobar y compañía. Calma húmeda y autocontrol de plomo. Tiene que ser duro. El pobre Juan Mari Aburto, que confiaba en su escolta, se quedó descolocado. Y el traficante-policía, en libertad con cargos y sin fianza desde el lunes.
Entretanto los demás agentes, los que sólo hacen su papel de municipal, están probando el nuevo radar láser portátil con el que la Ertzaintza ya mantiene amistad hace tiempo. Detecta a los infractores por exceso de velocidad con la misma precisión neurótica con la que el primer sonotone filtraba el sonido de un alfiler cayendo al suelo a 30 metros. Sobrecogedor. ¿Se podrá programar esa máquina del infierno para localizar también impostores dentro del cuerpo?